Desde niño comprendí que jamás podría renunciar a un sentimiento que se siente como una víbora viscosa recorriendo mis venas. Un sentimiento desagradable, no por nada en específico, sino por el hecho mismo de existir. Siempre ha sido un poco tedioso y lleno de hastío tener que soportar la existencia. De niño no lo sabía, pero existe el sexo y la marihuana para aminorar un poco ese dolor en el alma que es más anterior que el nacimiento y, por lo tanto, más anterior al mundo. Y es que el mundo sólo es lo que es para nosotros, a pesar de lo mucho que nos esforzamos para alcanzar cierto estado de lucidez y espiritualidad, la verdad es que nunca podremos ver las cosas tal cual son, sino sólo como nos parecen que son. Y es que si la existencia, si la existencia real, la que existe cuando se caen los velos, es puro vacío, ¿quién puede ver el vacío?

La respuesta: el color, solo es color por la combinación de factores, pero sin esa combinación, el color sería la mejor representación del vacío, un color que fuera simultáneamente un no-color. Un no-color con el que está pintado el mundo real y por eso no lo podemos ver. Nos conformamos, con ir a la escuela o al trabajo y seguir los simulacros de incendio. Pero yo sé, porqué también fui un niño pirómano, qué los incendios del alma no tienen simulacro, sólo abrasan todo a su paso y destruyen las pocas ilusiones que tanto trabajo nos cuesta amasar. Ilusiones sobre nosotros mismos o sobre los demás. Somos guapos o exitosos, esas ilusiones, francamente estúpidas y banales. Pero el contrario es igual, somos feos y perdedores.

Es un mundo de apariencias y es un mundo tan hermoso, pese a todo, pero en última instancia da igual si uno está guapo o feo, sólo somos cadáveres parlantes. Y los cadáveres, aunque tampoco idénticos, sí se parecen mucho unos con otros. Hay algunos que incluso dirán: “Mis huesos están más largos o anchos que los tuyos”, “mis huesos son más estéticos”. Entonces usted tiene que responder que el hedor, el hedor, ese sí es parejo. No importa quién seas o cómo seas, tu cadáver podrido olerá igual que otros tantos millones de cadáveres podridos. Es eso los que nos hermana, lo que nos acerca, no el amor o la paz, sino el hedor. Desde niño sabía todo esto, pero no podía ponerlo en palabras, no podía expresarlo con claridad, por eso prefería quedarme callado en algún rincón con la cabeza entre las piernas, siempre buscando regresar al origen, al origen que no es el nacimiento sino la inexistencia, la desintegración, la violencia de la nada.

Fotografía por Trang Doan