Eran tantas las ganas de que dijeras «si», que el entusiasmo me ensordeció. Mi optimismo me nubló la visión, y la sonrisa en tu rostro confundió a mi estúpida mente. Tanto que no pude escuchar tu «no» ni tu adiós ni mucho menos el portazo.

Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *