Era ella, soñadora hasta los talones e inundada de emociones. Era él, durmiendo en la puesta del sol. ¿Alguna vez has sentido que el amor es el fracaso más grande de la humanidad? No digo porque esté mal amar, más bien que cometemos el error de querer entenderlo sin vivirlo en plenitud. Es como cuando estás por terminar alguna operación matemática complicadísima y te enteras de que tienes que volver a empezar porque hay un error que estás cometiendo y que no ves, juras que has hecho todo a la perfección y no entiendas cómo al final no está el resultado de entre las opciones de posibles respuestas.
Es así la historia de estos dos, una historia más que vive el mismo patrón a lo largo de la humanidad. Ella estaba tan nerviosa preguntándose cómo hablarle a aquel chico que parecía más interesante de lo que en realidad era, le gustaban sus manos y los suéteres de estampados simétricos que a diario le veía vestir, pero más allá de eso, ella quería saber por qué era tan serio y por qué se sentaba al fondo del aula de clases, solitario y poco participativo. Se animó a hablar y logró entrar a su vida, ya le escuchó reír y se contaron de sus mayores miedos. Él le pidió ser pareja y la vida pasa como un cuento corto.
Ella soñaba con él y él sólo quería dormir.
Salían a bares y ella terminaba agradeciendo al alcohol por las promesas endulzadas que él le hacía, aunque a la mañana siguiente se fueran con el viento. Entre los bares escuchaba música nueva y juraba que ellos estuvieron juntos en otra vida. Cuando el amanecer está por asomarse a su ventana, su cuerpo conoció el tacto de sus manos. Soñaba con sentir la cercanía de sus cuerpos eternamente. Adrenalina y dopamina.
La ropa ya no estaba, ni el ayer, ni la luna.
Un día ella dejó de soñar y él no quería despertar. Despertó y lo único que buscaba era una salida de emergencia, ya era tarde, estaba en una casa vacía y añeja que antes parecía ser un castillo. Se fue y ese día él despertó, ella ya no estaba.
A veces uno se pierde en el camino de tanto querer que el amor sea eterno. ¿Por qué nos esforzamos tanto en buscarlo afuera? Somos esos niños buscando su plumón por toda la casa, sin darse cuenta de que lo había tenido en la mano todo ese tiempo.

Fotografía por Camerafilmlens