Nunca fuimos

Fuimos varias veces a ese café vintage, el que está frente a una librería rara y a un lado de esa pozoleria cubierta de talavera, al estar dentro del lugar teníamos la manía de escoger la mesa más desequilibrada y poco común que existía en la planta alta, fue por error o por casualidad, pero la situación de la mesa hoy me dice mucho.

Aquel viernes, nos sentamos y acomodamos la mesa estratégicamente para que nuestras rodillas terminaran rosándose y al pasar de las horas el abrazarnos fuese más fácil. Tú siempre pedías cerveza artesanal y yo té de canela con manzana, me ayudaba a combatir mis nauseas; aunque el origen de ellas aun es confuso, tengo dos teorías, una de ellas es que las provocaban el tumulto de sentimientos y emociones que se acumulaban en mi estómago al verte, o que las porciones exageradas de alcohol que tomaba una noche anterior a tu visita causaban ese efecto en mí.

Siempre me he inclinado por la primera, aun así buscaba siempre impresionarte, agradarte, y verme como una chica intelectual, según yo, nunca lo lograba, pero algo pasaba que tú estabas ahí, sin quererte ir, atento a la sarta de bobadas que salían de mi boca.

Aquella tarde, me regalaste un libro, y junto con él, una declaración de amor arcaica, los pies me volvieron a la tierra, preste mucha atención y comencé a conocerte, sin que te diera una respuesta, sacaste de tu bolsillo una jaula y quisiste encerrarme. Me fui, esperando que mientras ibas tras de mí, la rompieras.

No volviste, no volví, no volvimos, nunca fuimos.

Fotografía por: Vitalik Sheptuhin