Nuevas Ansiedades I

Coger, ducharse, tomar té, hacer yoga, almorzar, volver a coger, ver Netflix, seguir cogiendo, escribir un poco, y dormir.
Al otro día repetir.
No importa qué día sea, porque es lo mismo.
Eso es prácticamente lo que ha pasado todos estos días de encierro; sea martes, viernes o domingo, da igual.
No importa el número que aparezca en el reloj o en el calendario, la vida que llevamos en casa resulta cada vez más alucinante.
Casi tres semanas desde que empezó el confinamiento.
Cada día ha sido mágico, único, divertido.
Excitante.

Quizá parezcan pocas actividades de un día en una oración pero, en eso se nos iban los días completos. Los días y las noches. O bueno a mí. Porque él, no sé como lograba mantenerse siempre ocupado, todo momento era bueno para empezar hacer algo según él. Hasta tenía una lista de pendientes por hacer, y por supuesto era interminable; así como rayaba o palomeaba cosas finiquitadas, de igual manera escribía nuevas programadas. Al menos siempre parecía estar ocupado en algo, hasta cuando se quedaba ensimismado, ya fuera frente a su lienzo o mirando con la taza de café en la mano o su pitillo humeante por el ventanal, se abstraía en punto asomándose hacia la nada, y yo me quedaba absorta también, examinándolo, preguntándome qué tanto había en esa cabecita que todo el tiempo parloteaba. Me daba la impresión que cualquier cosa que sucedía ahí dentro era por mucho, más interesante de lo que acontecía afuera. De pronto reaccionaba: volvía a probar su café o soltaba una bocanada y permanecía taciturno. Yo supongo que reflexionando lo meditado, o recordado. Sólo él sabía. Hacía su mueca de sonrisa y no decía nada. Sólo eso. Redirigía su mirada hacia otra parte, y regresaba a hacer cualquier cosa que estuviera haciendo. Esos momentos me hacían papalotear la cabeza. La mente de una escritora siempre anda construyendo historias, de cualquier tema en cualquier idea busca, busca y encuentra. Por un lado porque me encantaba mirarlo abstraído, se veía tan sexy cuando pensaba, y yo sabía que esa mueca de ternura que soltaba cada que advertía que lo observaba, yo sabía que era una de sus maneras de decir te amo. Lo sentía. Lo veía en sus ojos. Pero al mismo tiempo, me daba cuenta que no terminaba de conocerlo nunca. En parte esa era una de las cosas que más me encantaba en su persona, y de estar enclaustrados. Sin embargo, también me preguntaba hasta cuándo terminaría de conocerlo. Tenía certeza de su conciencia, pero no de su esencia. Sabía qué lo que sentía era real. Y en dónde quería estar, hacia dónde quería ir. Casi a diario me lo decía. Pero no sabía quién era realmente, de donde venía. No estaba segura de quién era.

Fotografía por Camerafilmlens