Han pasado tres meses lejos de ti, lejos de tus cigarrillos y la cocaína que mezclabas con vino tinto. Aún no siento nada. Ni felicidad, ni tristeza, ni ansiedad. No siento nada, ni espero mucho, me gusta. Me acostumbré al vacío.
Nos arruinamos la vida en el intento de compartir un futuro juntos. Cualquiera en mi lugar se permitiría llorar o extrañarte, pero yo no necesito aquello. A mi cuerpo, con inercia emocional, le parece irrelevante cualquier conversación que incluya tu nombre. ¿Para qué recordar a alguien que ya no está, solo por evocar tristeza? Y no es que piense en ti con desprecio, es que, en cuanto a sentimientos, prefiero ahorrar.
Quizás te vuelva a ver, quizás estemos mejor así, quizás a tu vida llegue alguien que sea capaz de expresar sus emociones mejor que yo. Recuerdo que ni en los momentos más felices fui capaz de aceptar la felicidad que nos rodeaba. Siempre te voy a deber eso. También me gustaría decirte que me haces falta, pero mi vida va tan bien que no he tenido tiempo de añorarte.
Me siento culpable, a veces, por no haber hecho de mi vida un drama cuando nos dejamos -porque si te quería como decía hacerlo, mínimo debía sufrir tu partida- pero te conozco de tal manera que sé que, en algún lugar, aún observas mi presente y estás orgulloso de lo que he logrado…
¿Lo estás?
Fotografía por Isa Gelb
Charles Bukowski me obligó a hacerlo.