No me vengan a decir…

Desde hace un tiempo hasta hoy, me doy cuenta que hay un tema muy repetitivo en las conversaciones. Hombres, mujeres, alienígenas, todos terminan siempre hablando de lo mismo.

Como intento de comunicadora, recopilé en mi mente -y en mis conversaciones por celular- un sin fin de charlas en donde todo termina en lo mismo: ¿dónde falló?

Claramente estamos hablando de amor.

Siento que las relaciones cada vez son más complicadas, como que descifrar a un otro se volvió tan complicado como entender el maldito algoritmo que usan las redes sociales. Se ve sistemáticamente cómo todos vamos poniendo trabas y complicaciones ante algo que debería ser muy sencillo. Obvio, podemos escudarnos en la frase de que “somos lo que hicieron de nosotros” (excusa por excelencia), pero a la vez pienso en cuan cobarde es refugiarse en esa zona de confort y culpar a los otros por lo que hacemos o dejamos de hacer. Me gustaría entender que, a priori, no toda persona con la que te cruzas en la vida busca lastimar a un otro, y que parte de eso es saber manejar la frustración cuando las cosas no salen como uno espera, que el famoso encuadre de ‘expectativas-realidad’ es sólo eso, un encuadre, una porción muy pequeña de la realidad, porque bien sabemos cada uno tiene una mirada subjetiva sobre el otro, y claramente las idealizaciones románticas cada tanto nos dan una buena trompada en la jeta.

Los silencios, el famosísimo ghosteo, no es otra cosa que un lugar horrible, en donde se destruyen los egos en base a lo “no dicho”, y cada uno llena esos silencios con lo mas tóxico, y les juro que ni Chernóbil es tan tóxico como esos silencios re-llenados, con lo que escondemos de nosotros abajo de las alfombras.

¿Por qué nos cuesta tanto? Hay quienes son honestos y dicen las cosas de frente sin vueltas y con transparencia digna del papel celofán; hay otros (en los que me incluyo) que no son tan duchos con las palabras, pero con las acciones no dejan lugar a dudas; y un tercer grupo, creo que es el más nefasto, los que nada. Nada. No dicen, no hacen, y tampoco fluyen. Aunque todos son diferentes, hay algo que los traba, en mayor o menor medida: el miedo. Si sé es muy honesto, abruma. Si se actúa, se presiona. Si no se hace nada, bueno… ahí ya no hay mucho que decir.

Cualquiera que lea esto estará de acuerdo que esto sólo genera más miedos, más inseguridades, más paja a abrirse a un otro. Podemos pasarla bien, es valido. Podemos flashear una, se puede hasta enamorarse, pero lo que no se puede es dejar de hacerlo.

Creo que la introspección sobre nuestra responsabilidad emocional es la clave para intentar volver a hacer que el conocerse con alguien sea algo lindo, algo piola, donde las cosas fluyan, y no un dolor de huevos, una catarata de emociones negativas y miedos que se nos van de las manos.

Quizás con esto dije todo y no dije nada. Pero, al menos traerlo a un plano de consciencia y pensar un poco en esto nos haga un poco más humanos de nuevo.

Menos cyborgs, y más chapes.

Fotografía por zrdyzrdy.