Salgo a la calle para hacer fotos, sin objetivo fijo, sin objeto concreto. Salgo simplemente, a deambular. No camino: merodeo. Me guía la deriva del azar. Me anclo a la intuición, le cedo a ella el control de mis acciones, de mis pasos, de las fotos a tomar. Creo desde su azar.
Y es esta la trampa.
Por que para el subconsciente no hay engaño posible. Allí no caben los muros, ni las paredes, ni reglas ni controles. El deseo llena ese espacio y el deseo conoce con precisión. No entiende de dudas o limitaciones. El deseo Sabe. Pero requiere de la palabra para realizarse.
Hay, por tanto, una no deriva. Un no azar.
Ese deseo, en mi caso grita contra el consciente limitante. Ante la falta de la palabra, manifiesta su sentir en imágenes. Se dibuja en ellas. Habla en ellas. Grita sus silencios.
La cámara desentierra el pasado y le entrega el cuerpo ligero de la fotografía. La imagen es visible, presente pero a la vez, inalcanzable. Intocable, digamos. Pero aún en su defecto logra salvarme, me devuelve el habla que una vez decidí olvidar.
Derivo, por tanto, para salvarme.
Fotografía por Patricio Maldonado
Ausente