Ni en 100 días ni en 100 años

Fue una tarde cuando me rompí en mil pedazos, tú te diste la vuelta y sin mirar atrás te fuiste. Aquella escena se repite interminablemente en mi mente como un bucle en el tiempo, como una composición triste de Chopin, como una flor marchita, como el llanto de una sirena que se escucha a lo lejos.

¿Te acuerdas que querías diseñar una casa para vivir juntos? Te creías Corbusier y querías que yo fuera tu Yvonne Gallis. ¿Te acuerdas que querías regalarme un gato? Pero, yo amaba a Fío ronroneando en mi pecho y durmiendo en mis piernas. Me encantaba tomarte de la mano al caminar y amaba que me abrazaras al dormir. Estar junto a ti mientras jugabas videojuegos hasta tarde, aunque a veces me quedara dormida, en verdad lo disfrutaba.

Respirarte, abrazarte, mirarte, reír contigo. De verdad lo adoraba, yo te adoraba. Quería ir al mar contigo, hacer planes, quería hacer la vida contigo…

Cuando te fuiste, todo lo que me habías dicho, todos los sueños, las promesas, los deseos se evaporaron y todos esos momentos juntos se desaparecieron de golpe. Como si sólo hubieran sido una ilusión, un espejismo, nada real.

En ese momento supe que jamás entraría en tu mundo, que si te habías ido después de verme llorar, ya no había nada que decir, nada que arreglar. Nada que perder y nada que ganar.

La que se tenía que ir era yo, pero irse de verdad y para siempre. En ese momento decidí irme para no volver nunca más. No volvería a ti ni en 100 días ni en 100 años.

Fotografía por Lúa Ocaña.