Te me antojas de chocolate, helado y frutas variadas, o tal vez de abrazos koala que te acurruquen en una noche de relámpagos. Si supieras cuánto pago por cada lamida que no te doy, es como donar sangre, o dedicar tiempo al familiar indeseable, o responder preguntas estúpidas a necios delirantes. Eres el aire de lluvia, eres ese atardecer que tanto me gusta apreciar, espacios sin intrusos ni momentos de discusión. Caes como cerveza fresca en litros de sed. Puede que sea la voz de tu cabello, o la luz de tu piel, o la constelación de tus lunares, o la vista de tu tacto, o las letras de tu olor. No lo sé, pero me importa. Eres como ese instante en el que sabes que ya te curaste luego de una larga enfermedad incurable, el postre que sabe mejor que en foto o cómo te lo contaron, la bocanada de aire que en las madrugadas susurran: “Calma, ya pasó, fue tan sólo una terrible realidad”. Y si no vienes, estoy; y si no hablas, te pinto; y si me olvidas, canto. Te me antojas cómo no puedo decírtelo y te siento tal y como quieres.
Fotografía por Michel Nguie
Personaje religioso.