Siempre tuve una fascinación especial por series como The Office o Peep Show porque te hacen reír y a la vez te interpelan en tu humanidad más patética. Durante unos meses me agradó pensar que la vida era un poco eso, algo ridículo pasa, hay risas de fondo por todos lados y también alguno que otro personaje rompiendo la cuarta pared.
Pero el guión se volvió demasiado dramático como para incluir risas enlatadas, poco a poco voy decepcionándome a mí mismo como hipotético protagonista de esta historia insulsa. Todas las mañanas me miro al espejo y observo para mis adentros que es un día más de pandemia en el que a pesar de hacer las cosas cada vez más diferentes nada ha cambiado. La premisa ya no es graciosa y algunos elementos de la trama poseen un surrealismo trágico que les extirpa todo rastro de hilaridad.
Y entonces es evidente que esto no es una sitcom, es la vida real. Los co-protagonistas son divertidos y maravillosos pero el mundo en el que se desarrolla la historia es salvaje e injusto y el quid de cada episodio es que termino repitiéndome a mí mismo “trata algo menos ambicioso la próxima vez que te aburras”.