UNO
En el dos mil dieciocho mi hermanastro chino ya no estaba y yo me desperté una mañana con ganas de morirme. Estaba teniendo una inundación cromática de azul negro humo. Parece empalagoso y hortera de la aurora, pero me pasó. Morir mientras te mueres no es lo suyo. Morir tampoco es un color, ni un tránsito a nada ni un descanso. Tampoco es un apagón general de la consciencia ni ningún viaje ni ningún cese de lo que sea. A mí no me da miedo morirme, lo que me da es coraje. Lo peor de morirse es que te mueres para siempre. No existe lo otro. Te pueden contar cualquier cosa; elige un culto, el que quieras, elige cualquier texto de cualquier época, breve o largo, elígelo de la zona del mundo que te parezca más pop o más seria y que te lo cuente el más tonto o el más leído, porque dará igual, será mentira. Te mueres y te mueres. Por eso me da grima, porque es para siempre. Un rato antes estás cogiendo unos Papadelta y dos cervezas de litro del lineal de frío para luego el partido, o dejando a tu hija en la guardería, o llegando tarde a tu primera entrevista de trabajo, y una hora después uno que pasa está llamando al 112 porque hay un hombre tirado en la calle no sé cuál es, señorita, creo que Vasco Núñez de Balboa, pero a la altura de la del Juan José. Y primero llega la Policía Local porque venía de Santa Marta de un aviso y después el 061 pero ya tarde porque te has muerto en la calle sin hacer ruido.
Las ganas de morirte no tienen nada que ver con tu sueldo ni con tu vida ni con tu salud. Tampoco la mucha o la poca edad. No tienen que ver tu familia ni tus amigos ni tu trabajo. No se puede contar ni encontrar en ningún portal de consejos médicos. Es que te quieres morir. Te despiertas y lo ves claro. No hace falta que te levantes a mear ni a preparar café. Te puedes quedar en la cama. Nunca antes has tenido una escena tan transparente delante de ti.
Es un páramo limpio y silencioso. También sordo. No huele a cereal segado. Ningún otero. Ninguna hilera de chopos. Ninguna montonera de piedras. Ninguna cerca. Un cielo azul de ocho de la mañana de julio. Un suelo dorado viejo normal de páramo. Alguna tagarnina espigada. Algún camino antiguo de rebaño. Miras de reojo a los lados y no encuentras los límites del vacío. Se te ha olvidado la palabra interés.
Mario Marín, Aroche, 1971.
Artista por actitud. Devoto de la Virgen de la Ataraxia. Invencionista por credo. Activista performer. En alta estima a la purria. Experto en suavidad. Amante del oficio. First Fan del concepto páramo. Desarrolla proyectos y antiproyectos. Morir es un color es su tercera novela.