Mírame ser, reír, llorar, correr, caer, levantarme, mírame y no me juzgues, mírame y ríe conmigo, aunque no haya razones; mírame cuando te beso, cuando te hago el amor, mírame cuando me equivoco, cuando triunfo, cuando me frustró, cuando grito, cuando me rindo, cuando me rindo a ti, cuando amo como niño pequeño.

Pero, mírame más cuando me vaya, aunque lo único que veas sea mi espalda cargando todo el despecho, mírame, mírame hasta que sea tan común verme que no notes que estoy ahí, como si yo me volviera tu sombra, como si yo fuera tu pasado.

Mírame en las cartas, en las fotos, en al aire, en la música, en los lugares, en las personas, lo recuerdos; mírame y sonríe, recordando que por más que creíamos dar se terminó. Es la trágica visión de amor inmaduro.
Mírame siempre que tú quieras, mírame cuando necesites una luz, mírame cuando sientas que la vida ya no da más, mírame como la luz al final del camino, mírame, que siempre estar ahí.

Tócame y cuando me toques sea como para un ciego leer Braille, ya que sienten lo que leen, sienten lo que dicen. Que tus manos me toquen y recuerden cada uno de mis defectos que me hacen ser yo, por más absurdos que sean, eso me hace ser yo.

Ya que por más pieles que toquemos, ninguna como las nuestras, tersas, rugosas, suaves, heridas y llena de imperfecciones, piel humana, con cicatrices de un pasado difícil, piel con momentos, piel de recuerdo, de besos pasados, de amores frustrados, pero, al final, piel de la que por unas horas somos dueños.

Mírame y tócame, tócame y mírame, hasta el hartazgo. Porque un día lo dejaremos de hacer sin darnos cuenta, algún día tocaremos y miraremos a alguien más y nada lo va a detener, es un ciclo, es la vida, es la muerte, es perderte, es olvidarte, es seguir adelante.

Mírate ahora, tócate ahora y dime, ¿sigo ahí?

Fotografía por Alberto Polo Iañez.