De toda la miel del mundo, la tuya es la única que puedo seguir comiendo empalagada, la que voy a lamer hasta sudar más de lo mismo. Hasta olerte cuando no estás.
De toda la miel que he probado y de todo el dulce que existe, me ha enfermado la que no he probado de ti, la que me ha abochornado como el mismísimo verano.
Repugnante si no es tuya.
Eres las buenas, mis buenas mañanas; yo cubierta de miel al amanecer y aún pegajosa cuando no estás. Escurrida.
Espero lamer hasta enloquecer, hasta gastarme toda la lengua. Fluye con el ritmo perfecto.
Saber, sabor, subir y regresar mil veces. Los recuerdos son a lo que sabemos juntos, lo que no estamos haciendo cuando me acuerdo.
Recuerdo la buena miel, el día que la probé, el que me obsesioné, el que he querido repetir todos los días.
La pura miel, toda para mí.
Me gusta imaginar, es lo que mejor sé hacer y decido quedarme ahí porque es un lugar seguro que controlo desde acá. Por eso a veces me da miedo la enormidad de la realidad, pero también me gusta el contraste.
Estoy experimentando la explicitud de mis emociones en palabras.