Mis piernas aún temblaban, cerré los ojos con las pocas fuerza que me quedaba, me imaginé en cualquier otro sitio; en el campo de trigo una mañana de agosto, cuidando las flores de mi jardín, caminando sobre la carretera una tarde naranja, abrazando a mi madre, quise estar en cualquier otro lugar menos aquí. Escuché como sus pasos se alejaban, atravesó nuestra pequeña casa mientras aventaba todo lo que encontraba a su paso: una taza, la comida que hice por la mañana, un florero y la ropa que acababa de recoger.
Esos segundos entre la salida y yo se convirtieron en una eternidad .
Después de que azotara la puerta conté hasta 50: 35, 43, 49, titubé, 49, 49 y 50, seguía temblando. Intenté abrir los ojos, me pesaban como si cargara la tristeza más grande del mundo, como si no quisiera volverlos a abrir nunca más. Lo primero que hice fue hablarte, no me interesaba nada, solo quería saber que tú estabas bien, que seguías aquí conmigo, una lágrima resbalo de mis ojos, solo una, me había secado, mi alma estaba seca, ya no quedaban más días por llorar.
Dije tu nombre con un leve susurro, pero seguías inerte. Intenté levantarme pero no podía ni poner la palma de mi mano sobre la cama, las fuerzas se me habían ido, cada vez se me hacía más difícil cargar con mi cuerpo, cargar con esta vida que “yo elegí”. Clemente entró a la habitación y me encontró aún piso, nunca olvidaré su mirada, en sus ojos me vi a mí a los 9 años ayudando a mi madre, intento levantarme , pero ¿qué puede hacer un pequeño de 7 años?
Corrió por trozo de papel para limpiarme la cara, intente sonreír y le dije que todo estaría bien. Aún seguías sin moverte y lo único que pensé es que no quería que volviera a pasar, otra vez no, tú si te quedarías aquí… Hice de nuevo el intento para levantarme, lo hacía por ti, si fuera por mí me hubiera quedado en el piso esperando el anochecer de mis días… Clemente me ayudo, por un instante lo vi a los ojos, tan grandes y llenos de miedo, me ayudo en silencio y lo único que pude decir fue perdón, el no entendía porque o tal vez sí, pero yo sabía que le debía una disculpa por todos esos días, inclusive le debía una disculpa por traerlo a esta desgraciada vida.
Por fin pude sentarme en la cama, mi corazón aún latía muy fuerte pero ¿el tuyo? Empecé a rezar, no sabía que más hacer, le pedía a Dios que te cuidara que te mantuviera a salvo, que te permitiera seguir aquí conmigo.
Él regreso días después y la vida siguió su camino. Seguía rezando a tu nombre, no estaba segura de nada pero para mí tú estabas bien, lo podía sentir, nadie me preguntaba por ti, sólo Clemente aunque no entendía muy bien que estaba pasando y sólo me decía que cuando te podría ver. El 8 de noviembre mi angustia termino, era un día tan gris que las nubes tapaban todas las montañas que estaban alrededor del pueblo y el frio te calaba el alma. Naciste a las 9:40 de la mañana, Blas, esa mañana por fin te pude tener entre mis brazos. Llore como jamás lo había hecho en mi vida, mientras observaba tus ojos, los ojos más tristes que había visto, supe que todas mis tristezas y desgracias te las había heredado, apenas llevabas unos minutos aquí y ya comprendías lo que era el dolor de la vida. Clemente se acercó y se recostó a un lado del pequeño catre, estaban los dos, lo único real que tenía en este mundo. Suspire como si el alma se me fuera a salir del cuerpo y les jure por mi vida que todo iba a cambiar, que la vida para ustedes sería diferente.
Amarilla