Mi flaca

Era una clase de idiota que pocos conocían. Cuando creías saber todo sobre ella, su capacidad de inventar nuevas situaciones más estúpidas aún si cabe, subían como la espuma. Pisar salchichas en el suelo del metro, molestar a la cajera al pedir bolsas de más. Una vez logró desenebrar un botón de la camisa favorita de su padre por tratar de sacarlo de sus casillas. Incluso se manchó el traje de comunión que tanto había pedido por el mero hecho de que su madre le dijo que le quedaba fantástico. Solo por joderla. Durante la sesión de fotos previa a la celebración, se lanzó de cabeza al primer charco de barro que encontró en el parque. Era como una maldita. Cada vez que comía chicle, un trozo, de forma imprevisible e inimaginable, terminaba en su pelo oscuro. Un proceso repugnante, porque lo mascaba gesticulando al máximo posible, dejando escapar entre medias el hedor de su aliento cerrado. Sus ojitos pequeños y re-mirones, no dejaban que te escaparas, se te clavaban, allí donde mirases, con su azul intenso en tus pupilas. Podían robarte el alma con que te quedaras medio segundo observándola. Era tentador, eso sí. Rara vez encontrarías un ser así. Tenía 18 pero parecía haberse quedado en los 15. Estaba esquelética. No, raquítica. Metro cincuenta. Tops blancos sobre piel paliducha, pantalones elásticos raídos enfundados en piernas finísimas. Joder, se movía como un robot al cruzar el parque para encontrarse con los que pensaba que eran sus colegas de banco. Piernas caminando en una cadencia lenta y estúpida. Espalda recta como un palo y brazos balanceándose al compás de sus pies. La veías a distancia y no cabía duda. Era Lecia de Pelo Negro. Tan estúpida y segura de si misma que daba rabia mirarla. Flachuca, pálida y segura de si misma. Maldita sea, ahora me doy cuenta de porqué me enamoré de ella. Me pasé tres meses odiándola antes.

Fotografía por Jocelyn Catterson