Fue en Colombia, en una hacienda comprada por una señora romana, hacienda que anteriormente era propiedad de un narcotraficante.
Fue una sonrisa, una explosión de miradas que chocaron en un instante, un instante que definió un levantamiento de armas contra mis sentimientos y sus pensamientos.
7 días, cuartos separados, misma comida, diferentes horarios.
El roce de nuestros cuerpos vibraban hasta provocar un temblor. Sin decir una palabra el temblor se externó. Lo notaron, todos lo notaron.
Última hora y el adiós se acerca y con la misma fuerza de gritos visuales, nos despedimos.
Los nervios y tristeza nos agotaron, no fuimos capaces de decirlo. Se acabó, jamás volveríamos a vernos.
El fuego se extiende cada vez más en recuerdos, me enamore de un adventista.
Incógnita de un adiós como el mayor privilegio.
Fotografía: Michelle Owen
Me quito la ropa para pintar la intimidad en la ducha.
Me quito los filtros y los paradigmas para la sensibilidad de expresión.