Todo cambió de repente. Se alteraron las prioridades de ese orden establecido. Ya no éramos tan inmortales como parecíamos. La vulnerabilidad humana que no entiende de estatus. Un giro inesperado, una conjunción saturno-plutón, ese mordisco que se deshace en la boca con saliva amarga, unas lágrimas antes, un sándwich de jamón y queso después.
Ayer salí a buscar tabaco a una hora que, desde que la nueva realidad nos sepulta, resulta intempestiva. Eran las 22:30 y me di de bruces con una ciudad fantasma. No sé bien si ubicar el episodio en una pelí de zombis o vampiros.
Unos chicos me gritaron algo y yo sólo pensaba en que si se acercaban demasiado podrían contagiarme, así que aceleré el paso, por si acaso, para no convertirme en uno de ellos. No encontré un estanco abierto y un buen hombre se ofreció a darme un piti que rechacé, coronavirus.
El por si acaso de antes se ha convertido en el mandato del ahora.
Protocolo: ponte los guantes y después las zapatillas, déjalas al lado de la puerta, para que no contaminen, limpia con lejía, también los interruptores de la luz; me estoy tocando mucho la cara, qué va, no más de lo normal.
Hace una semana era viernes. Las semanas pasan con su duración exacta y sus cuadrados para apuntar cosas dentro. Ahora no trabajo y vivo en esa casi anarquía que se estira por horas, dependiendo de con cuánta gente hable o de si estoy yo, conmigo misma.
Pasé ese último viernes de áspera libertad con alguien que había sido especial para mí durante varias semanas. Fui yo la que decidí poner distancia cuando vi que la situación se estaba poniendo sentimental. Diciendo una cosa, pensando otra, haciendo un cálculo estimado de sensaciones que me asustan, midiendo detalles, sobre-analizando; mi lucha eterna entre lo que quiero y lo que no me conviene en nombre del amor propio.
Sueños con agua.
Me di cuenta de que, en menos de dos semanas y algunas conversaciones, él ya había puesto conmigo toda esa distancia que le había reclamado, mientras yo me recreaba todavía en experiencias sensoriales: el tacto de mis manos en su pelo, el gusto de una boca conocida. Le estaba besando con los ojos cerrados cuando él ya los tenía abiertos. Nueva realidad. Qué obediente. Qué es entonces lo que me duele, ¿el reemplazo del desplazamiento? Su entereza mientras…
Una punzada de angustia se me clavó en la garganta, me levanté de la mesa, gran idea: un viaje al baño para… contener todavía más las emociones que ahogadas en vino acabarían en migraña al día siguiente; una mirada furtiva al espejo… al recordarme esa contención orgullosa que me arrastra a lugares comunes:
“hazlo de tal forma que con el paso del tiempo te reconforte”.
La insatisfacción se convirtió en unas lágrimas densas y silenciosas, visibles, mientras él me masturbaba. Al final, el sexo no engaña y quizá los que nos engañemos seamos nosotros. Me preguntó si estaba bien, le dije que sí, que follando a veces lloro.
Fotografías por Edie Sunday