Maldita adicción

Odio tanto las apologías casi como a la ironía. No quiero hablar de nada, y quiero hablar de todo. Quiero mandarlo a la mierda y darle las gracias al mismo tiempo. Él siempre esta conmigo, incluso ahora que, en mi trasnoche, me dedico a escribir.

Me quita el aliento, pero a la vez me alienta a más. Me saca de lugares o conversaciones donde no quiero estar, su compañía es imprescindible. Mis estados de ánimo no lo afectan, aunque siente mi ansiedad. A veces lo envidio, ya que con mis lágrimas de amor él pude consumirse, convertirse en cenizas y olvidar mis motivos. Me intensifica y me electrifica tanto que mis sentidos traviesos se permiten jugar un poco más. Me eleva y me hace sentir la héroe de mi historia, del momento. Cuidado, que mis palabras no los engañen; a veces, como cualquiera, puede jugarte una mala pasada, una pelea que dura un rato, el enojo es irracional, pero créanme, a los buenos amigos siempre se los perdona.

Es buena compañía incluso estando acompañada, hay quienes disfrutan, al igual que yo, de él. Siempre dispuesto a compartirse, y así, a veces, divertirse. Libera tensiones de todo tipo, desinhibe al inhibido, abriendo un abanico de nuevas posibilidades. Risas por doquier, no importa si son risas nerviosas, risas de placer o risas sin motivo, de lo lento o lo rápido.

No hay que escandalizarse, realmente no hay porque hacerlo, es una mera compañía, inocente pero vulgar a los ojos de los exquisitos. Como negarse a un besito de camino a la perdición o al paraíso, costas de mares azules o selvas del concreto más duro.

Fotografía por Lúa Ocaña.