Para nadie es un secreto que muchas cosas me hacen recordarte, y siempre que es así no dudo en decirlo, porque la mayoría de los recuerdos que tengo sobre ti son buenos. Y por esta razón es inevitable preguntarme si tu piensas en mi.

También pienso en todo lo que te llevaste cuando te fuiste. Cargaste con la compañía, las golosinas y los besos. Te llevaste mi sonrisa. Me dejaste sin los mensajes de buenos días, y desapareció el sentido de pertenencia que tú me dabas. Te fuiste con los abrazos calientitos y las películas. También te llevaste mis ganas de querer hacer vida con alguien. Y lo peor de todo, te llevaste a los gatos, y sólo me dejaste el corazón roto.

Y aunque puede llegar a sonar como el peor escenario, tu partida también me trajo cosas buenas. Me ascendieron en el trabajo, tuve más responsabilidades, y me compré un auto. Conecté de nuevo con mis amigos y comencé a viajar mas. Me llegó la tranquilidad de no tener que esperar a que te reportaras los sábados, y la paz de saber que jamás tendría que volver a cruzar palabra con tu madre, y que ya no tendría que asistir a tus reuniones familiares. Dejé de preocuparme por el dinero, por tus problemas de insomnio y tu tema con el alcohol. Y mi gastritis prácticamente desapareció.

Me imagino que tu también te libraste de mucho. De mi mal humor, de mi gusto musical. De ya no tener que aguantar mis reclamos. En fin.

Te dejé y todo lo que siempre quise comenzó a pasar. Y sólo me queda agradecerte por romperme el corazón y obligarme a irme de ti. Conociéndome, nunca lo hubiera hecho. Ni siquiera lo hubiera intentado.

Después de todo, te llevaste mucho (casi todo) y aun así quién perdió fuiste tú, porque al final de la historia ya no te pertenezco.