14 años tenía yo cuando el médico me dijo que había algo malo con mis análisis sanguíneos de rutina. Escépticos -mi padre y yo-, fuimos con nuestro médico de confianza, luego con otro y con otro…

Me tomaron distintas muestras de sangre en diferentes laboratorios clínicos de la ciudad, pero los resultados siempre eran los mismos: algo no estaba bien con mis niveles de glóbulos blancos.

Algunos médicos se adelantaron dándome distintos diagnósticos con solo mirar los resultados de mis análisis de sangre, mientras que otros decidieron enviarme una orden para la biopsia en mi médula ósea. [1]

Los resultados tardaron algunas semanas en llegar y comencé a experimentar demasiada ansiedad.

El día en que me entregaron los resultados fui directo a la clínica a ver al médico, mi padre caminaba lo más rápido que podía hacía el consultorio del doctor Navarro.

Entramos, tomamos asiento, estiré un poco mi mano con el sobre y se lo di al doctor.

Le tomó un par de minutos interpretarlos, dio un respiro leve, se acomodó la corbata y dijo: -«Sí, es una leucemia y al parecer es de un tipo muy raro para alguien de tu edad».

Comencé a percibir un zumbido muy fuerte en mis oídos y dejé de escuchar al doctor durante el resto de la cita, me sentía atrapada en mi cuerpo y recuerdo que traté de gritar, pero no pude, solo miraba fijamente el sobre encima del escritorio.

Cuando salimos de la clínica mi padre y yo fuimos al estacionamiento, nos subimos al coche:

–«Ese doctor está pendejo, vamos a buscar especialistas hasta saber qué es lo que tienes»-.

Dijo mi papá con voz nerviosa mientras trataba de encender su cigarro con sus manos temblorosas.

-«Tú y yo sabemos que no está pendejo… de todos modos yo me quería rapar un lado de la cabeza y tú no me dejaste, ahora tendré toda la cabeza rapada ¿lo ves? Siempre consigo lo que quiero y hasta un poco más »-

Le respondí durante el camino a casa estuve viendo el cielo por la ventana, mi papá se tallaba los ojos en cada luz roja.

Cuando llegué a casa subí a mi habitación, vi una foto enmarcada encima de mi buró donde salimos mi mejor amigo y yo, la tomé con fuerza, la puse sobre mi pecho y lloré toda la tarde hasta que se hizo de noche.

Cuando mi hermana mayor llegó del trabajo entró a mi cuarto, se sentó en el suelo junto a mi cama y estiró su brazo para tocar mi mano colgando de la cama, dijo entre lágrimas que iba a hacer todo lo posible para que los mejores médicos en su hospital tomaran mi caso.

-«Te quiero mucho, no te mueras»- murmuró mientras cerraba la puerta.

Yo fingí estar dormida.

Varias veces me pasó que quería ir a la cocina por un vaso de agua y no podía porque mi papá estaba en la sala hablando con mi hermana o con mis tías por teléfono diciendo que no sabía cómo le iba a hacer para afrontar todo lo que se le venía.

Y yo me preocupaba muchísimo porque sabía que no tenía el suficiente dinero y que tampoco tenía la suficiente fortaleza para ver a su hija muriéndose, nadie la tenía.

Por arte de magia se me quitaba la sed y me regresaba a mi cuarto a seguir llorando.

Los días siguientes y durante años sentí que todos a mi alrededor esperaban mucho de mí y eso me ponía muy mal. Sentía que si me moría les iba a fallar a todos.

Mi enfermedad trajo más padecimientos consigo y llegó un momento en donde fue insostenible para mí.

No paraba de pensar en que me la estaba pasando muy mal por culpa de una mutación cromosómica espontánea en mi cuerpo, cuyas causas de mutación siguen siendo desconocidas.

A veces no quería seguir, quería morirme o que la tierra se abriera y me tragara. Pero nunca pasó.

No recuerdo cuanto tiempo pasé sin verme en un espejo porque cada que lo hacía me sentía totalmente horrible e insuficiente para todo aquel que me viera. -insuficiente hasta para mí misma-.

Pero no todo es negro para siempre, a veces se ven colores.

Estoy viendo colores ahora mismo, en tres años me dan de alta definitiva.

-30 de mayo del 20??

[1] Biopsia de médula ósea: extracción de una pequeña parte de la médula proveniente del interior de un hueso.

Fotografía por anna li