Cualquier persona que me conozca lo suficiente sabe sobre mi profundo amor y fascinación por las orcas.
Una vez platicando con L él me dijo que me gustaban tanto porque me identificaba con ellas cuando estaban en cautiverio, incluso me expuso una analogía entre los entrenadores y mis papás concluyendo que me sentía atrapada y que era absurdo porque aunque me sintiera así mis papás estaban lejos de ser entrenadores ya que así no funcionaba la vida. Remató con alguna frase del estilo ‘libérate hermana’. A veces todavía pienso en esa conversación. Mi amor por las orcas está intensamente ligada a la idea de la libertad, pero no de la manera en la que lo expuso L. La mitad de ese amor se lo debo a la película Liberen a Willy y la otra a ver a Keiko con mi abuelo en Reino Aventura. Ambas razones son irónicas pero ya hablaremos de eso después.
La cosa es que volví a ver Liberen a Willy después de, fácil, unos 13 años. La verdad es que en algún momento en la transición de mi infancia a mi adolescencia la olvidé, tiene pocos años que comencé a fantasear con volver a verla pero me detenía un miedo extraño algo así como dice una frase que leí por ahí: ‘al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver’. Porque qué tal que no era como la recordaba o no me hacía sentir nada y la encontraba absurda. Prefería dejar el recuerdo intacto. Hasta hace algunas noches que descubrí que estaba en el catálogo de Prime y decidí que la vería.
Literalmente los primeros cincuenta minutos me la pasé llorando, pudo ser que desde el minuto uno me trajo más recuerdos de los que pensé que almacenaba mi memoria, que todo era cómo lo recordaba o que me había bebido una botella de vino antes de empezar a verla. O una combinación de todo, no lo sé. Cuando por fin dejé de llorar empecé a unir recuerdos y a entender vagamente por qué amaba tanto esa película: mis sueños de niña de vivir en el mar y ser libre. La manera en la que me veía reflejada en ese niño viviendo en la calle y la ilusión de encontrar un lugar al que pertenecer, no precisamente dentro de mi familia sanguínea. Soñaba con tener un tótem, con estar ligada al universo de alguna manera espiritual.
¿Qué es ser libre? Todavía no entiendo bien ese concepto pero ahora más que nunca sé que toda mi vida lo he anhelado. ¿Será algo espiritual, material o interpersonal? ¿Libre de qué o de quién?
Esas preguntas pierden importancia cuando algo dentro de mí siente con certeza que es libre. Porque sí, lo he sentido algunas veces en mi vida, pero siempre hay algo que me detiene a seguirlo, a llevarlo hasta las últimas consecuencias.
La vez que ese sentimiento duró más fue cuando estuve con L antes de que nuestra relación se convirtiera en un nudo de traumas y malas pasadas. Tal vez por eso aún pienso en él. Aún así esto también me hizo darme cuenta de que antes de todo existía una yo que, quién sabe por qué, anhelaba ser libre. Una niña soñadora e idealista. Esos sueños e ideales aún se conservan dentro de mí aunque probablemente los he canalizado mal y algunos han terminado por pudrirse en mi mente junto con un montón de experiencias nada alentadoras.
Escribí esto como una especie de cápsula en el tiempo… espero volver a leerlo en algunos años y que ese sensación de libertad, por fin, se haya convertido en un estado permanente y natural.
Fotografía por Eduardo Pedro Oliveira
Escribir bien lo mediocre.