Para Pez,
por caminar junto a los truenos
Una pareja morirá en unos días. Al este de Siberia, en la localidad de Oimiakón, vive Mijail con su esposa Irina. La pareja es vecina de al menos unas trescientas o doscientas personas. Los ríos son líquidos una vez al año. Al pescar, los peces se congelan en cuestión de segundos asfixiándose en el suelo de los botes. La gasolina de los automóviles, de no estar andando el motor, se solidifica. Este es el lugar más frío del mundo.
Ellos no tuvieron hijos. Porque según Mijail, que maneja camiones y teme el congelamiento inmediato, no sería capaz de calentar la sangre de un bebé, mucho menos su corazón. Por eso aquel día, cuando Irina le confesó su embarazo, él mismo la cargó hasta la letrina detrás de su cabaña y realizó el aborto con sus manos.
El invierno, en este rincón del mundo, empezó desde siempre y acabará nunca. Por eso es normal que las parejas con frío quieran calentarse, a toda costa. Esta historia comenzó hace unos días, cuando Mijail se escondió bajo el lavabo de su cocina porque Irina lo quería acuchillar.
1
Desgraciado, puerco, poco hombre, esto le dijo Irina a su esposo antes de escupir entre sus dos cejas. Lo que a Irina molestó no fue que Mijail le fuera infiel con su sobrina, sino que, al confesarlo, tuviera el nervio de intentar salir por un trago de vodka y dejarla llorar en soledad. Eso sí le molestó. Una mujer no debe sufrir sola, mucho menos llorar. Entonces tomó un cuchillo de la cocina y le rajó el brazo derecho.
Mijail la encerró en su cuarto y del miedo se encerró él también bajo el lavabo de la cocina. Cuando se dio cuenta de lo absurda que había sido su decisión, siendo él un hombre y probablemente sesenta o setenta kilos más pesado, salió de su escondite. Allí estaba ella. Al otro lado de la mesa. Sentada. Tranquila. Con el cuchillo sangrado en la mano. Apretado. Mijail no vio más remedio que correr. Pero no corre por su vida, sino por sus tragos de vodka, sólo para probar algo, quién sabe qué.
Allí afuera la nieve había envuelto todo con una capa blanca, parecía franela y eso confundió la mente de Mijail, que corriendo, descalzo, no supo si morir de frío, calor, o miedo de Irina que lo perseguía.
Ella lo alcanzó y rasgó su pecho con las uñas como si fuera un oso. Mijail gritó de dolor. Claro que jamás se atrevería a golpear a su mujer, mucho menos defenderse verbalmente, así que la única opción fue rendir su cuerpo en la alfombra perfecta de la nieve. Al caer levantó una tormenta que sometió a todo lo visible en el entierro. Ciega, Irina lo ahorcó.
No pudo contenerse. Lloró lo irreparable. Lo besaba, le daba aire por los labios, lo golpeaba furiosa por estar muerto, pero qué esperaba, después de ahorcarlo de la manera que lo hizo, sin piedad, cómo iba a vivir ya semejante hombre. Se recostó en la nieve, junto a él, acariciando el pecho rasgado, sintiendo la sangre tibia con las yemas de los dedos.
2
El frío que siente Irina ya nada se lo puede quitar. Mató lo que más quiso en la vida. Pero no se arrepiente. Al menos sabe que al matarlo lo hizo con pasión. Con fuerza. Ningún hombre puede decir que su mujer lo mató con las manos. Ninguno. Pero ya sin él siente que la carne se le congela. Lleva días caminando. Sola. Cubierta con el manto de la nieve. Ahora se sienta junto a un río hecho piedra. Mira ese espacio en el cielo donde debería estar el sol. Pero no está. Recordará la primera vez que Mijail la miró y su cuerpo sintió que podría sobrevivir el invierno.
Todos Santos, 2018
Fotografía por Sakis Dazanis
Escribo desde la playa.