A veces, cuando las manecillas no cuentan ni las horas, ni los secretos, ni los pasados, ni las lunas que flotan en muestras tenues madrugadas de azules pastel que decoran el corazón marchito que alguna vez nos dimos;

existe el nunca, existe el siempre.

Si, en la manecillas que no cuentan ni dicen nada.

Las encierro en el circulo eterno colgado en la pared, andando con la misma pereza de siempre, con la misma prisa.

Existió el nunca, existió el siempre.

Fotografía por Abel Ibáñez G.