La tía sin nombre

Tuve una tía de apellido Cardoso. Su nombre no lo sé, creo que no tenía. Todos se referían a ella como “la tía Cardoso”, incluso los que no eran sus sobrinos. En la familia nadie recuerda su nombre, sólo su apellido porque era diferente. Con ella la progenie Cardoso se extinguió y la familia siguió siendo exclusivamente Alarcón.

La tía no tuvo hijos, tampoco fue de su interés ningún hombre o alguna mujer. Vivió sola hasta su ultimo día y trabajó hasta aquel ultimo día sin excepción también. ¿Su trabajo? Tampoco se sabe con exactitud. Dicen que laboró en el gobierno y el arte por mucho tiempo. Le gustaban los imposibles o las ilusiones tal vez.

Muchas cosas de ella no se saben, yo sólo una cosa sé: una historia, el único registro que ella nos permitió tener.

La tía Cardoso, por alguna razón que muy claramente debió de haber pensado en su momento pero que nosotros desconocemos hasta el día de hoy, se mudó de la Ciudad de México (entonces Distrito Federal) a un pequeño pueblito en Apasco, pero con equis. Bastante impredecible para una chilanga, debo decir.

Nadie supo que se mudó hasta que un día llegó de Apaxco a visitar a mi abuela. —Ya vine de Apasco con equis—dijo.

Cada tantos meses la tía viajaba a la capital, atendía asuntos de cualquiera que fuese su trabajo, visitaba a mi abuela en su casa, a la virgen en la basílica y a sus miedos en la funeraria. Y es que sin excepción alguna y con una obsesión impulsada por el horror al vacío, cada vez que visitaba el Distrito Federal (ahora Ciudad de México), la tía Cardoso compraba un ataúd. En ocasiones compraba más de uno pues era su prioridad tener al menos dos ataúdes en Apaxco.

Los compraba, los mandaba al norte y —al regresar a casa— los metía debajo de su cama. Así dormía todas las noches y el día que alguien moría en el pueblo de Apaxco, “la tía Cardoso” donaba el ataúd.

“La gente se muere mucho”, debió de haber pensado. Y así era.
Así es.

Aunque nadie sabía su nombre, la tía Cardoso se hizo uno a través de los muertos y todos la ubicaban por sus generosas y excéntricas donaciones.

Un día, la tía —ya de edad avanzada— atrapada por su obstinación, su independencia y su autonomía femenina, subió a la azotea de su casa en Apaxco. Tratando de arreglar una antena de televisión, se cayó. O se tiró al abismo (eso tampoco se sabe).

La tía Cardoso murió ese día junto con aquel apellido y sin ningún nombre. Aunque el nombre no era lo único que le faltaba: aquel día también le faltó el ataúd, no había ya ninguno bajo su cama.

Fotografía por Luis Torres