La primera vez que le dije ‘te amo’

Esperé tres años para decirlo en voz alta, y debo confesar que hasta el momento no estoy segura porqué me tomó tanto tiempo decírselo. Tal vez una parte de mí siempre supo que sería uno de esos momentos incómodos en el que la otra persona intenta disimular y responde con: “yo también”, por mera cortesía, o peor aún, uno de esos silencios incómodos en el que nadie sabe qué decir, ni cómo manejar la situación.

Así que preferí almacenar el sentimiento. Pensé que si no lo decía en voz alta entonces simplemente desaparecería, y su nombre dejaría de ser mi primer pensamiento al abrir los ojos cada mañana. Pero, no sucedió.

El sentimiento creció casi exponencialmente al tiempo que estuvo almacenado y, de pronto, ahí estábamos otra vez, hablando por teléfono, a 3,300 km de distancia, con sentimientos encontrados y un hueco en el corazón, resultado de una explosiva pelea que nos había distanciado -supuestamente- para siempre.

Sabía que confesarle que lo amaba no cambiaría nada. Decirlo no haría que se quedara, pero tampoco tenía sentido seguirlo ocultando. Era evidente que el sentimiento no desaparecería de la nada, así que expresarlo parecía el único camino por explorar.

Se me hizo un nudo en la garganta al terminar de pronunciar esas dos palabras que me dejaban completamente expuesta y vulnerable: “Te amo”, hice una ligera pausa para recobrar el aire, y continué: “si no te lo había dicho antes no es porque no lo sintiera, sino porque no quería ponerte en una situación incómoda, y me duele que las cosas sean así”, dije refiriéndome a los últimos tres años que llevábamos intentando cerrar el ciclo, sólo para reencontrarnos una y otra, y otra vez.

No pude ver su expresión, pero su voz me confirmó lo que siempre supe: él no me ama. Tal vez me quiere, o me tiene cariño, pero definitivamente no me ama. La ama, o al menos está decidiendo quedarse con ella.

Hizo una ligera pausa, y trató de parafrasear lo que acababa de decirle, evitando usar esas dos pequeñas palabras que lo cambiarían todo.

“Yo también, si no te lo digo no es porque no lo sienta, sino porque no quiero confundirte. En este momento no tengo nada que ofrecerte… Pero, escucha mi voz, escucha el tono con el que te lo estoy diciendo, es real”.

Se me quebró la voz, y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Estoy segura que él escuchó cómo rompió mi corazón, aún a 3,300 km de distancia. Hice mi mayor esfuerzo por tratar de contenerme, y corté la llamada antes de dar más pena ajena.

Como un tsunami, el agua en mis ojos retrocedió ligeramente para arrasar con fuerza, destruyendo todo a su paso. Aún cuando sabía exactamente a lo que me estaba enfrentando, volvió a doler. Dolió casi tanto como aquel enero de 2019 cuando me dijo: “tú no eres la indicada para mí, y yo no soy la persona indicada para ti”.

Me tomé unos minutos para intentar descifrar cada palabra, cada sensación y sentimiento expresado en esa conversación.

No lograba encontrarle sentido a esta pequeña pero significativa frase: “Si no tuviera novia, estaría detrás de ti, conquistándote para una relación seria, pero en este momento no tengo nada que ofrecerte. No sé qué va a pasar el día de mañana, pero no puedo pedirte que me esperes”.

Y agregó: “aun sueño contigo, y no sabes cómo extraño nuestras conversaciones. A pesar de que salimos muy poco tiempo todo fue muy intenso. La conexión que tenemos es muy fuerte y nunca va a desaparecer. Créeme que si no sintiera algo por ti, no estaría aquí, tres años después hablando de todo esto contigo”.

La sensación de no ser suficiente para él regresó. Pero, al mismo tiempo, una paz inexplicable se apoderó de mí. Bastaron 40 minutos de una llamada incómoda para acabar con la incertidumbre de tres años. Ya no había más espacio para dudas, no había espacio para suposiciones. Ahora estaba 100% segura que él no estaba dispuesto a dejar todo por mí.