La plaza que fue, es y será cosmos

UNO

El viento reclama su espacio golpeando mi cara con el humo procedente de un fumador cercano. Dos perros se detienen a un par de metros de distancia para que sus dueños se quiten los cubrebocas con el fin de restregar sus labios con violencia. Es lunes en la Ciudad de México. Es la Alameda Central. Y son horas para reflexionar, a pesar de que el sol aún ilumina estas vías donde camina gente que se siente segura al ver a tantos policías por la zona… Parece que nadie presta atención cuando cada reporte de incidencia delictiva que presenta la Fiscalía General de Justicia de Ciudad de México pone al Centro Histórico entre los primeros destinos turísticos de los delincuentes.

Entonces, un vagabundo se acerca. Me pide dinero. Traigo el cambio exacto para mi regreso. Me pide comida. Le ofrezco un chicle. Me regresa un “Chinga tu madre”. Gracias. Conversaciones taciturnas entre personas sin escrúpulos; él y yo somos entes sinvergüenzas, pero él ha encontrado un camino que, a mi parecer, es más práctico: andar sin corbata de lunes a viernes y poder usar cualquier jardinera como baño.

Pienso que ante lo anterior (la aparición del vago), cualquier señora de La Alta hubiera huido; esas damas que suelen creer que todo lo que no huele a Chanel 5 está para servir o para huir. Como la vez que una me vio afuera de la una librería en Polanco y me abordó como si fuera del Valet Parking; eso me gané por andar estrenando una camisa Pull & Bear.

Pero, como dice esa canción de Forte Realta que ha caído en el olvido: yo no soy de Las Lomas, no soy de Polanco, soy un vato loco que salió de un barrio al norte de la ciudad. Y ahí aprendí a no temerle a los desaforados, ebrios y drogatas callejeros. Ellos son mis vecinos.

Vuelve mi cabeza a la zona cero. El punto de ebullición de una sociedad que en realidad es varias sociedades viviendo en una revuelta perpetua. El perímetro es variopinto: Avenida Juárez con su Hilton y más negocios impagables; Eje Central con sus tugurios que respaldan a un palacio de azulejos; y Avenida México-Tenochtitlan con sus transexuales orgullosos de portar en sus credenciales a la colonia Guerrero.

Una plaza que fue, es y será cosmos. Una plaza que, antes de ser remodelada, era un tianguis donde podías conseguir 3 hotdogs por 10 pesos y por 200 pesos más una cogida furtiva. Lo único que no ha cambiado aquí son los habitantes de las bancas: novios, esposos, amantes y profanadores de cavidades de cualquier índole social y espiritual.

DOS

Estoy sentado en una banca de piedra que, junto a otras 3 bancas, rodean una fuente clausurada. A la fuente la circunda una cinta amarilla con la palabra “Peligro” inscrita varias veces. ¿Peligro? ¿Para quién? No para el grupo de jóvenes que escupen rimas dentro de la hendidura vacía.

Rimas para la ciudad que nunca se calla. Si todos en la Alameda nos calláramos, aún se escucharía el rugido de las llantas de los autos y las melodías de las aves; si detuviéramos a los autos y espantáramos a las aves, se percibiría el cosquilleo del viento al romper contra los árboles; si sometiéramos al viento y taláramos los árboles, moriríamos escuchando los latidos de nuestro corazón. Escuchando. Música.

Veo pasar a una mujer llorando. La cubre un vestido blanco, botas negras y suéter verde. Se distinguen sus perfectas facciones a pesar del maquillaje estropeado. Si tuviera el aliento en mejores condiciones, no dudaría en alcanzarla para saber si puedo ayudarla en su desgracia. Aunque seguro se asustaría más de mí que de lo que provocó sus lágrimas.

Esta no es una ciudad para conocer gente en las calles. Aquí no hay cabida para el amor peatonal a primera vista que nos venden las películas. Aquí una mirada es señal de guardar los objetos valiosos y apresurar el paso. Las experiencias de familiares lejanos y las primeras planas de los diarios baratos nos han hecho desconfiar.  Piensa mal y acertarás, así sobrevivimos.

TRES

Tres policías están desalojando a los jóvenes raperos de la fuente. Los ‘guardianes de la ley’ no parecen contentos. Solo he visto oficiales sonriendo en puestos de tacos, en ´tables’ y después de una mordida, tanto de varo como a sus tortas a las que nunca les falta la Coca Cola. Puercos.  ¿Quién y por qué acuño ese término? Puercos.  Otro de los enigmas de la ciudad.

Más enigmas: ¿Quién enseña a manejar a un microbusero? ¿Quién programa la música que suena en los metros? ¿Quién es la mente maestra detrás de los mixes de más de 100 canciones que se consiguen en cualquier tianguis por quince pesos? ¿Quién redacta los mensajes de Uno Noticias? ¿Quién todavía manda HOT al 21111 para recibir las fotos más candentes de cualquier artista? ¿Quién sigue pensando que esta es la ‘Ciudad de los palacios’?

Se van los policías, se van los raperos y entonces un timbre corroe el ambiente. “Bueno, bueno”. No hay respuesta. ”Bueno, bueno”. El señor que está sentado a mi lado no logra conectar con su ¿esposa? ¿amante? ¿jefe? ¿oportunidad de por fin conseguir trabajo? “Bueno, bueno”. Tantas historias que se esconden en los teléfonos. “No se le escucha bien”. ¿Intentarán decirle que su papá acaba de tener un accidente? “Hable más fuerte”. ¿O puede que alguna instancia de gobierno le esté informando la falta de un documento para tramitar algo importante? “No escucho, ¿puede hablar más fuerte?” ¿Y si es Telcel y sus llamadas para promocionar nuevas mamadas? Cuelga.

CUATRO

Hola amigo, ¿eres amable? Se ve que sí. No vengo a molestar, me estoy ganando la vida vendiendo paletas. Toma una, chécala. Son de caramelo macizo, tengo de varios colores. Es lo único que tengo para sacar varo para mi familia, tengo aquí a mis dos niños. Una en diez, dos por quince. Igual si no te gusta a ti, llévasela a tu novia o a alguien de tu familia. Carnal, tírame paro, no me he persignado todavía, hoy está rudo.

Alguien me recomendó que, ante estos embates, nunca hay que ver a los ojos.

Gracias, valedor, pero no; apenas me compré unos chicles.

EPÍLOGO

Un cigarro provoca humo en la boca de un desconocido. La boca es un nicho de situaciones. El humo es intangible. El cigarro es un vicio aceptado. Y esta plaza también es un epicentro de futuros cadáveres.

La esencia de la Ciudad de México se define aquí, donde convergen museos, un palacio, edificios de gobierno, cantinas, plazas, baños públicos, partidarios de la cienciología, de San Judas, tianguistas, turistas de hoteles 5 estrellas, El Sótano, Laboratorio de Arte Alameda, un Chilis, abogados, marchas, policías, músicos, vendedores, Sanborns y drogadictos. Y recuerdo que antes, en los eneros de hace años, también los Reyes magos.