Oculto mi vida en cajas de cartón rotuladas con distintos nombres. Hace tiempo renté una bodega cerca de casa donde, a través de los años, he ido apilando las cajas, todas llenas a tope de objetos mixtos. A veces voy y me encierro por un buen rato a rememorar el pasado, e imaginar cómo podrían haber sido las cosas poniendo más de mi parte. Siempre me he considerado alguien ordenado, por lo que cada caja es un archivo del nombre rotulado en ella. Últimamente tuve una fijación con la letra erre, por lo que sólo busqué relacionarme con mujeres que poseyeran esa letra en su nombre de pila: Raquel, Renata, Rita, Rocío, Rosa, Ruth… etcétera. Ese pequeño cuarto de paredes blancas y piso gris no es otra cosa que una biblioteca de mis derrotas amorosas.
He tenido parejas de todo tipo, pero todas han huido de mí tan pronto saben de la existencia de la bodega; otras —las menos— han intentado persuadirme de olvidar ese lugar, pero tan pronto advierten que no puedo desprenderme de mis recuerdos físicos, desaparecen de mi vida sin previo aviso. Lo que dejan en casa al irse —ropa, libros, cosméticos, productos de higiene personal— va a parar a la bodega, en las cajas, dentro de bolsas ziploc selladas cuidadosamente. El motivo es simple, incluso absurdo: quiero llegar a viejo con la mayor cantidad de recuerdos intactos posible. Mi apego es algo que no entendería nadie aunque pasara horas explicándoselo; en ocasiones, ni siquiera yo lo comprendo bien.
A veces pienso que la bodega y su contenido sólo son un capricho; una mera fijación de alguien que no ha podido encontrar otra cosa para coleccionar que su propio pasado cifrado en los objetos ajenos. He leído por ahí que algo así también hacen los asesinos en serie, y a los objetos les llaman trofeos. Me aterra y entristece que mi colección pueda ser considerada la de un psicópata, cuando lo único que he querido es preservar los recuerdos de la gente a la que amé, más tiempo que nadie.
Mañana cumplo 40 años, lo que me pone a la mitad del tiempo que considero ideal para vivir una vida completa. Hace poco inicié mi trigésimo octava relación seria con la camarera de un bar que frecuento, y algo me ha dicho que ella es la indicada para echar raíces y sentar cabeza. También hace poco tuve un raro sueño en el que la bodega se incendiaba, dejando reducidas todas las cosas dentro de ella a poco más que polvo. Cómo desearía que algunos sueños se volvieran reales con tan solo pensarlos; harían mucho más fáciles algunas cosas.
Fotografía por Michel Nguie
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.