Hay tardes en las que escucho a las aves y a los perros a través de la ventana, aunque les desconozco en tamaño y forma. Observo un sendero que se derrite al paso que atraviesa mi calzado sobre la tierra frígida y hostil, un lodo que se pega a mi piel y se seca conforme la lluvia cesa.
Llego a tu casa, mi casa. Rayos de luz que recorren las persianas persiguen mi paso con sombras alargadas. He orado y visitado sinfín de veces al Talmud, la Biblia y los campos de este cerro, con miles de flores tratando de revisitar tu voz, tu sonrisa, tu llanto. No me queda nada más que tu memoria. Cleopatra Cleopatra, cuánto te has perdido y me he perdido a lo largo de estos años. Amanece y huele a copal, me rindo, me hinco y vuelvo a encontrarte en las imágenes de los santos en la estela del cielo, tu cielo; con vestidos y melodías multicolor. No hay fecha más dolorosa que esta, no hay conciencia divina que me regrese el consuelo, aunque cada vez te recuerde menos y te extrañe más.
Médico cirujano en formación. Usualmente retraída en el tiempo y el espacio. Melómana, leal a la música, al cine y arte en general. A veces también escribo.