El tornillo se gira solo.
No…
Sí… Y son varios. Se mueven solos.
Hay vida en el dintel de mi ventana. Susurros que tintinean. Pláticas con sus allegados, convencimiento de andar todos juntos: brotan de sus agujeros individuales como hormigas, se desprenden.
Dejan caer puertas. Marchan enlistando a todo clavo, pija, tuerca, rondana; de la credenza, de la alacena, del armario. Todo accesorio del hogar cae como en pleito de matrimonio tóxico.
Aterrorizado, sentado en la única silla de madera de una sola pieza, miro separarse diminutos tornillos de los electrodomésticos, de la tablet, del teléfono: se deshace en mis manos la electrónica. El ruido es ensordecedor, afuera también se escucha el caos y es pavoroso; en medio de una energía extraña que hace vibrar mi sangre, tiemblo de pies a cabeza.
Me hallo en un piso totalmente deforme de sus elementos, una obra negra invertida, una galería de basura… De golpe el viento pega, tira todo lo que apenas quedó suelto; restos de cristales kamikazes. La tragedia me parece irreal cuando puedo asomarme a la calle.
Pernos del concreto se desprenden fácilmente, se quiebra el cemento de varios edificios, sus esqueletos amorfos de varillas, perfiles y vigas caen. Vehículos se desvalijan junto a los puentes de fierro que ahora se rinden al agua.
Las filas interminables de pequeños seres metálicos arrastran en su camino rejas, techos, puestos, ratas, perros, personas, árboles y seres vivos de todos los reinos, pues intentan llegar al ser que se levanta a lo lejos… a punto está de convertirse en un coloso.
Camino entre místicos perfumados de aire.