Práctica entonces perder más,
Y goza el ritmo de la perdida, su encanto
E. Bishop
Vietnam
Thich Nah Hah fue un monje vietnamés que dedicó su vida al estudio del budismo. Murió el 22 de enero de 2022 en una madrugada fresca. Él dijo:
Este cuerpo no soy yo
No estoy limitado a este cuerpo
Soy la vida sin límites
Nunca nací
Nunca he muerto
Mira el océano y el cielo lleno de estrellas, manifestaciones de mi mente
verdadera.
Desde antes del tiempo he sido libre
La vida y la muerte son solo puertas a través de las cuales pasamos
límites sagrados en nuestro camino
nacer y morir son un juego de escondidillas
así que ríe conmigo
toma mi mano
déjanos decir adiós
decir adiós
para encontrarnos pronto
República checa
El adagietto #5 de Mahler es una de las piezas más conmovedoras dentro de todas sus composiciones. Era una declaración de amor hacia su esposa Alma. Lo sublime de sus sonidos encierra también lo desgarrador de cuando un amor se aleja, contiene en su melodía lo insondable de amar y de dolerse por ello. Con sonidos que Mahler va hilando en su profundidad las notas llegan a cada rincón de tu cuerpo (pienso que la música hace vibrar el agua que nos compone de una manera particular y fija un tono en nosotros). Repetí esta pieza durante meses luego de la muerte de mi bisabuela Lucía. Durante este duelo solitario me acompañaba leyendo los comentarios de Youtube en el video de la canción: gente enamorada, gente
que también había perdido a alguien recientemente o hace mucho tiempo. Yo nunca había perdido nada muy importante. Quizás un diente. En ese hilo de comentarios aprendí que uno nunca termina de perder algo que ama, y que tampoco termina de amarlo enteramente. Mahler además de una sinfonía hermosa me hizo entender que no eran las palabras ni el sonido, sino el silencio lo que puede contener la inmensidad de un amor del que no era necesario escapar, sino volver a él cada día con una atención amorosa que permite seguir viviendo y creer que esto vale la pena.
Hungría
Perder es un oficio de idiotas. Houdini lo sabía y prefirió dedicarse a
escapar. Ha sido uno de los magos más famosos hasta nuestros días y con sus actos desafió varias leyes de la física y asombró a generaciones. Su último acto fue sumergirse dentro de un ataúd de 500 kilos en la piscina de un hotel. Tenía de cerca la muerte. Cada minuto pudo simplemente haberse dejado llevar por el pánico, dejar de respirar, pedir que lo sacaran, pero persistió y se consolidó como el gran ilusionista de nuestros tiempos para morir unos meses después de una peritonitis.
¿Cómo se huye de lo que parece inevitable? ¿dónde se haya la voluntad de pelear por la supervivencia en medio del riesgo, donde rendirse parece lo más sencillo y sensato? ¿qué, en las fauces de la muerte llama a continuar viviendo y hacer de esa vida una hazaña, el fulgor de toda una existencia? ¿cómo no escaparme hacia un ataúd que yo misma construí con mis clavos punzantes de silencio?
Vietnam.
Cuando la madre de Thich Nah Hah murió el monje sufrió su pérdida por más de un año hasta que tuvo un sueño donde se encontraba con ella y despertó con una fuerte sensación de vacío. Luego de su sueño salió de su cabaña hacia la pradera y vio la inmensidad de esta, sintiéndose profundamente acompañado y dijo: A partir de ese momento, ya no existía la idea de que había perdido a mi madre. Todo lo que tenía que hacer era mirar la palma de mi mano, sentir la brisa en mi cara o la tierra bajo mis pies para recordar que mi madre siempre está conmigo, disponible en cualquier momento.
República checa.
Mahler compuso el adagio durante un periodo de recuperación de una hemorragia que lo dejó casi al borde de la muerte. Sabía que podía morir y se dedicó a crear melodías en su reclusión que quizás fueron las más sublimes de su carrera como compositor pues las dedicó a todo aquello que atesoraba en vida. El peligro de morir desangrado de un momento a otro, de volverse un cauce que sin remedio va a parar a su origen lo llevó a la creación de lo que unió a cientos de escuchas en una cajita de comentarios de un video de youtube, cada uno con distintas impresiones de una sinfonía. Interconexión. Es cierto, que la muerte nos acerca a la verdad más pura de la vida, a todo lo que realmente deseamos mantener cerca y que en su contemplación se vuelve nutritivo, más vital que nunca; se reduce a su simpleza hasta volverse indispensable. Escuchar el adaggietto durante meses acunó mi alma en un pulso que la unía a lo vital para cantar no estás sola en lo terrible, no estás sola en la belleza.
Mi casa.
Mi cuerpo rompió su voto de silencio antes que yo. Meses después de que el dolor parecía haber pasado y encontrado su lugar una sensación de pánico me atacaba por las noches. Una furia (a la par del pánico) me roía la sangre, ¿no se suponía que ya todo estaba en orden? ¿no se suponía que nací perdiendo y que luego de eso ya no sería un problema? No. Aquello que yo misma nombré innombrable ahora me buscaba para decirlo.
Tuve que aceptar que era más estúpido contener mi pena dentro de mí misma. ¿Cómo se acepta la muerte sin un artefacto que lo haga más fácil? Es una tentación reducir el dolor a operaciones mentales. Qué milagro las palabras que permiten explicarnos la pérdida, el amor o la gloria. Qué belleza el DM5 que con sus etiquetas diagnósticas ha encerrado grandes tristezas y delirios, qué decir de los diccionarios que se jactan de poner en orden alfabético las experiencias. Yo ya me había explicado mi pérdida, el duelo por mi bisabuela, ¿por qué mi cuerpo insiste terco en volver a lo que ya tiene nombre? Estaba en un muro de paredes hechas de palabras que ante mi sentimiento de ahogo no me servían de nada.
No escapar. No hemorragia que me matara por dentro. No no estoy limitada a este cuerpo. No sensación que aquello que perdí está en todo cuanto me rodea. Y llorar como única escapatoria. Llorar queriendo que mis lágrimas fueran la hemorragia de Mahler, queriendo que mis lágrimas se volvieran la piscina de Houdini y querer creer que en aquella lágrima vivía mi bisabuela. Llorar porque perdí como los grandes y esa es mi gloria pisoteada. Llorar porque no alcanzo a entender la magnitud de lo que ahora no tengo. Llorar porque tal magnitud es sólo una idea. Llorar porque es la forma en la que puedo abarcar algo que no deseo nombrar.
Aún no me pasa lo que a Thich Naht Hah (quien por cierto murió el mismo día que mi bisabuela) que vio a su madre en la pradera. Aún quiero hundirme en mi propio cuerpo que en ocasiones parece un ataúd (pero sin la gran proeza de salir viva de él). Aún no entiendo el nombre con el que este dolor me llama para extenderlo hacia la vida y que se convierta en algo que me ayude a vivir. Quizás nunca lo entienda y eso está bien. Recorro (ahora con paciencia) esa incertidumbre con la seguridad de que estoy acompañada cálidamente por todo un universo que sobrevive gracias a que nunca se concretan en él las certezas
Monterrey, 1999.
Poeta y ensayista. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en su curso de verano. Ha participado en el 2do y 3er Coloquio de Mujeres Filósofas. Su trabajo se ha publicado en diversos medios, entre ellos la antología de escritoras mexicanas Monstrua. (UNAM, 2022) Actualmente reside en Mérida, Yucatán.