INTENTO FALLIDO Nº 37

Al otro lado de la ventana un gato observa la calle. Afuera llueve.

El otoño ha llegado casi de un día para otro y aún no habíamos despedido al verano. No hay piedad. Las botas, el abrigo, el jersey de lana y las mantas en la casa, todo al mismo tiempo. Aunque no el paraguas, no uso tal tecnología, prefiero sentir la lluvia en la piel, incluso en los días más fríos. Quizá es esa vulnerabilidad la que me tumba en los días solitarios donde los recuerdos acechan sin permiso. Pero es que así son los recuerdos, rebeldes indomables que desconocen el sentido de la compasión.

-¿Qué piensas, Pablo? Llevas un buen rato sin apartar la vista.

Ángela se parece a los recuerdos, no puede evitar colarse por los recovecos dolorosos y lanzar la pregunta que uno no quiere pararse a responder. Ni siquiera comprendo mi hastío hacia ella. A veces pienso que es envidia profunda de su carácter abierto e ingenuo, de su intuición y sensibilidad. Como los recuerdos, Ángela se adentra en lo profundo de la psique para remover los cimientos que uno tiene bien amurallados. Ella fue quién me enseñó a sentir la lluvia en la piel. “Quítate las corazas, deja a un lado ese muro que te separa del mundo”. Y a regañadientes le sigo el juego, porque en el fondo sé que sus métodos encierran mayor sabiduría que muchos licenciados. No tiene estudios, a pesar de su tremenda inteligencia. No le interesan los títulos, ni los diplomas. “Son chorradas. Engañabobos para hacerte parte de un sistema que puja por alienarte. ¿O es que no te das cuenta?”.

Y sí. Sí que me doy cuenta, y sin embargo pienso: “Sos una pelotuda, Ángela. Sos una mesera explotada. ¿Qué carajos hacés hablándome de un sistema que aliena?”. Pero no se lo digo. Porque el pelotudo soy yo que no concibo una vida diferente a la que mostraron. Y así pasamos las horas. Ella habla y yo pienso barbaridades. Después se molesta por mi silencio continuado. ¿Y qué más puedo decir? En realidad tiene razón cuando me acusa de cobarde, ni siquiera con ella soy capaz de expresar lo que pienso. Menos aún lo que siento.

Se pasea por la casa y revuelve todo, con sus preguntas constantes. Y yo miro por la ventana del décimo piso, sintiéndome lejos de todo. Ángela es el único ser humano que me reconoció sin haber abierto la boca. Con su mirada escaneó mi alma y yo ahí supe que estaba en un gran problema.

-No quieres hablar, ¿verdad?

Insiste en escuchar una respuesta, aunque la sabe de antemano insiste en hacerme hablar. Y yo la odio profundamente, y la amo, la amo por esa insistencia de provocar terremotos en mi interior.

-Mirá Ángela, estoy de mal humor. Creo que podés irte.

Suspira y respiro su tristeza. Soy un pelotudo. Yo soy el único pelotudo de los dos.

– Está bien, Pablo. Que descanses. Buenas noches.

Y escucho la puerta cerrarse a mis espaldas. Afuera diluvia. La casa se queda en un silencio doloroso, pues su mera presencia, molesta y reconfortante, es una melodía continua. Ahora acá, mirando a la ventana, viéndola cruzar bajo las gruesas gotas de lluvia con paso ágil, saltando charcos y sintiéndose confundida ante mis constantes rechazos.

Disculpáme Ángela, soy un inútil. Vos no merecés a un inútil. Vos sos luz y acá solo hay oscuridad.