Inicios cíclicos

No se inicia
hasta que se guarda el sol
y se extingue la única puesta
del sólido amor.

Sólo hasta entonces,
comienza la historia.

Escribir como un acto de fe,
de egoísmo y centralismo instantáneo,
te sientas, perforas y vuelas
en inmensas olas de sal,
tan incoloras como el mismo aspecto
que irradia un instinto muerto.

Letra que apresura a otra para ser,
cobrar sentido,
no caer sin motivo,
reír
y renacer,
con síntomas de olvido.

Existencias que no se renuevan,
tiempos que coinciden y vuelven a cobrar
la falacia de la comodidad
entre una boca y otra.

Dos seres que bailan,
como el ritmo de las teclas
cuando no se escribe,
sólido y tibio.

Cuando comienza el poema,
se enfría el cuerpo
y la búsqueda del verso
entre tanto arrendamiento.

Preocupaciones que desaparecen,
entre el abismo de un ‘siempre’
y la camaradería de un bostezo en fiebre.

Así se llega al final de una historia,
sin ton ni son,
sin brisa
y con muchos amaneceres
de medios paños
y abrazos efervescentes.

Danzando,
en un vaso de mar,
con agua dulce,
con universo de cal.

 

Fotografía por: Lui III