Me he levantado a mitad de madrugada sólo para recordar quién solías ser. Ni los besos fríos ni la visita intermitente se comparan a la sensación que me invade en este instante.

Desde hace medio año no reviso los mensajes en bandeja de entrada; no creo soportar monotonía tal. Me gusta pensar en lo vivido como una ilusión. Como la aproximación a la enajenación de quien pretendo ser. O quizás no ser.

Podría incluso estallar, dejarme ya de pretensiones y actuar como si no existiera en mí fuerza de voluntad, pero sería virtualmente incorrecto.

Dejémonos ya de eufemismos, me repito en repetidas ocasiones, tendiendo a la redundancia. Me cuesta admitir que la he pasado mal. Pero, de qué me sirve toda esta parafernalia si al final, lo que en verdad te interesó, no estuvo nunca en mí.