Cuando la tormenta del deseo pasa queda el poso de la nada.
Caigo en la cuenta entonces de que se trataba solo de eso, de mirarse en algo, de darle de comer al hambre de crear, de abrir agujeros en muros que no se ven, pero que aprietan porque están hechos de tiempo y de miedo, materias indestructibles.
Ahora si, tras parirme, me libero de esas garras. Y solo queda esto: silencio.
No quiero escribir, solo ponerme a rabiar.
Fotografía por Gastón Suaya
Ausente