Hoyo negro (Sequía)

I.

Desfilo por las peñas de los versos
y me abismo en la grieta de coral
donde busco el verde esmeralda
de un mineral antiguo,

¿dónde estás?

Flor de agua,
estanque cadavérico,
retazos de fuego
donde ahora hay agua.

Despierto bajo la furia
de una diminuta ola.

La lluvia suena
como pasos quietos,
falta tu cuerpo.
Las gotitas deletrean algo
como un niño que aprende a balbucear.
Y entiendo un poco:
he solo soñado.
Es el amor con sus horas lentas de niño,
la casa, un caracol de fina espuma;
cualquier lecho es casa para el niño
con sus horas quietas.
En tanto no muero
habré de resistir la nostalgia
de cuando fuimos flores
y no volver al rocío; al vaivén del recuerdo,
a las manos del jardinero atroz
que nos arranca las raíces
por la fatalidad del artificio.

Ahora, en el remo de los días,
veo rubias palmeras
que al atardecer ondulan
lo mismo que una sirena.

Veo las nubes distintas
volcadas hacia su centro,
hirvientes de agua,
esperando ser lluvia, vida,
despojos de mar.

Ahí vi flores de jamaica abrir
sus pétalos rojos y frescos
igual que una mujer cuando ama.

Y sé, toda caricia ha de nacer de
la verdad, de un afecto necesario,
como el quiebre de una roca
que da paso al agua.

 

II.

Me ahogo en la posibilidad del hubiera,
me remuerdo en la inexistente caricia marina del ayer.
Todos los animales aman
y también sueñan;
sueña el león con cazar la gacela,
sueña la iguana con los colores del camaleón.

Nuestro único error es recordar.
Cuando un elefante tiene hambre no busca en sus recuerdos.
Así de absurda es la nostalgia.