Hay nombres

Llega la edad en que uno está hecho de la suma de todo lo que nos ha deshecho.

La vida no dura mucho, escuché por ahí decir a un moribundo. Tenía razón a no ser porque el tiempo es relativo y el dilema nunca es cuánto dura si no qué haces con el tiempo que dura.

Hay nombres que ya no se pronuncian en voz alta y aún así provocan eco.

Y no es el nombre, es la silueta que se invoca cuando se piensa. Como ese mito de que basta decirlo tres veces y se aparece. Mentira, con una vez es suficiente.

Si tan sólo la memoria pudiera gastar los recuerdos sería un maravilloso acto poético que todo terminara por olvidarse de tanto recordarlo, como un Alzheimer premeditado. Tenía pecas regadas por todo el cuerpo, como un mapa estelar donde sólo los más avezados eran capaces de leer cuándo era otoño, cuándo se avecinaba una tormenta o un huracán, dónde quedaba su norte y cuántos besos cabían en su horizonte antes de amanecer. Sólo los más avezados podrían haber dado con ellas a oscuras, son de esos trucos inútiles que al final no sirven de nada, porque a nadie le importan más que a uno mismo, ya nadie le aplaude al mago por aparecer un conejo.

¿Alguna vez has despertado sintiendo que ya lo has vivido todo? Fugaz sentimiento que se va con el primer atisbo de responsabilidad por ir a trabajar. Así de fugaces somos, como la vida que nos pasa adentro, como la vida que nos pasa encima, pero hay nombres que una vez que se dicen duran para toda la vida y el único consuelo que nos queda es darle la razón al moribundo, eso de que al final, la vida no dura mucho.

Fotografía por Dmitriy Protasov