En lo profundo de mi ser, en ese lugar que solo yo conozco, habita un poeta. Es un poeta melancólico, un soñador que vaga por las calles de mi alma en busca de respuestas a preguntas que ni siquiera yo sé formular. Es un poeta solitario, un viajero que siempre está en camino hacia un destino incierto.

A veces, en las noches de luna llena, mi poeta sale de su escondite y se sienta en la orilla del mar de mi corazón. Allí, rodeado por ventanas que escupen gatos y jazz, escribe poemas que nadie más que él puede entender. Son poemas que hablan de sueños y de esperanzas, de amores perdidos y de nostalgias ocultas.

Pero a pesar de su melancolía, mi poeta nunca se rinde. Siempre hay una chispa de luz que brilla en su mirada, una llama de esperanza que nunca se apaga. Porque mi poeta sabe que, a pesar de todo, la vida es un regalo y que cada día es una oportunidad para crear, para soñar, para amar. Y así, entre poemas y suspiros, mi poeta sigue adelante, siempre en busca de la belleza y de la verdad que se esconden detrás de cada esquina de la vida.