Apuro la cerveza para que resbale por mi garganta mientras recuerdo que, del mismo modo, apuraba el tiempo cuando era niño porque quería ser adulto.
He vivido los 10 últimos años de los miles y los 20 primeros de los dosmiles, 30 años de una vida vivida con prisa, llena de tropiezos y, si cualquiera se toma la molestia de analizarla, diría con justa razón que de igual forma, carente de todo aprendizaje.
Si me lo preguntan a mí, 30 años son pocos para emitir tal juicio, tomando en cuenta que la vida en sí, es un viaje interminable.
El último de esos 30 años pasó algo inesperado, de pronto todo cambió gracias a los antojos extravagantes que se dan al otro lado del mundo, de mí mundo, y entonces observé desde la (in)comodidad de mi hogar que bastan pocas cosas para poner al mundo de cabeza. Observé con disgusto y envidia cómo algunos simplemente continuaron haciendo su vida casi de manera normal, mientras otros nos tomábamos las cosas un poco más “en serio” y no salíamos más que por cerveza, ah sí, ¿qué hubiera sido de mí sin ella?
Así pasaron los días, llenos de tedio y pandemia, un poco de estrés aquí, un poco de soledad acá, y eventualmente terminamos en la última noche del año.
Mientras abro otra cerveza y me preparo para el brindis final, recorro de forma imprecisa mis 30 años.
Qué manera de llegar a esta edad, no me puedo quejar.
Feliz año nuevo… O no, a estas alturas nadie lo sabe.
¡Salud!
Fotografía por Michel Nguie