El primer orgasmo lo tuve con Feeling good. El segundo con Killing me softly.
Comencé a seguir los pasos, el ritmo y el swing. No paré hasta que Dave Brubeck dijo give me five o un take five.
En segundos estaba en la habitación, sentado en el centro frente a un Steinway tratando de deshilar la armonía con la atmósfera.
Humo, tacones y perfumes giraban alrededor balanceando la sensual figura que el aroma a gris en tenue dibujaba por detrás.
No pude evitar hacer el gesto amable y el mejor correspondido. Hacía días que no probaba luz de luna, calles frías y desiertas.
Un trago de ron o vodka no me hubiesen caído mal. Pero es el dulce olor etílico, ruidoso, el que más náuseas me provoca.
Y entré por la puerta trasera cuando me tomaron por sorpresa un par de sujetos coordinados que mecían lentamente sus manos sobre el blues.

Fotografía por Jocelyn Catterson