Se iba haciendo tarde y me decidía a preparar la cena como cualquier día, algo sencillo: cereal. Mientras caía la noche y el sol iba perdiendo poco a poco su brillo, para dar paso a la luna, llegó a mi cabeza: en verdad me gustaba cuando cocinabas.
Y es que, sin importar lo que fuera, siempre que entrabas a la cocina lo que sucedía era magia. Desayunos, comidas y cenas, todo con un sabor increíblemente auténtico; de verdad todo me sabía a ti, incluso los sándwiches de mermelada que preparabas, sobre todo porque era imposible no recordar aquella ocasión en que, sin previo aviso, un frasco de mermelada nos terminó por acompañar a la habitación.
“Es que en el fondo siempre lo sabes…”, me dijo alguna ocasión el señor Michael Conroy, después de escuchar éste mismo relato sobre tu comida, y que era dueño de la pequeña fábrica de mermelada que solíamos comprar, “…una vez que el amor entra por el estómago, no hay forma de sacarlo de ahí, ni cagando”.
Y quizá fuera verdad, ¿pero en verdad tenía que darme una descripción tan gráfica? Ahora no puedo evitar imaginarte, cagando mi amor después de haberte ido de mi lado. Tal vez debería pedirte el nombre del laxante que usaste, pero me da un poco de miedo descubrir que no fue necesario utilizar ninguno.
Fotografía por Em Bernatzky
Viendo pasar los días y a la vida quedar en pausa