Dos veces en mis 23 años me han obsequiado flores. La primera la dejaron afuera de casa, con un tubito lleno de agua para hidratar al precioso tulipán morado de tallo enorme.
La segunda vez fueron doce girasoles, que pesaban muchísimo, eran tan bonitos que cuando murieron no pude evitar llorar. Aunque a mí no me gusta recibir flores por el corto tiempo de vida que tienen, el sentimiento es el mismo que tengo al comer helado de limón en un día caluroso.
La tercera vez me obsequié una orquídea color púrpura que me ayudaba a recordar lo mucho que me quiero, lo difícil que es pronunciarme palabras de amor y lo bonita e iluminada que luce mi casa con flores tan coloridas y cálidas para el corazón.
Fotografía por Barbaros Cargurgel
Creo que tengo el síndrome de Peter Pan