Atestado de anestesia,
ebrio de melancolía,
me consuelo entre sus piernas
y la sal de sus orillas.

Dominado por su enigma
y el aroma de sus medias,
me someto a las espinas
y caprichos de su histeria.

Con el juicio entumecido,
derramado entre botellas,
floto en pozos de espejismos
anclado de sus caderas.

Y al final, ahí tendido,
ebrio de olvido y cerveza,
me devora un alarido
que me deja hecho una flema.