En la época de postguerra la vida era un vacío. Nosotros nos cuestionábamos la existencia misma, éramos jóvenes y solo queríamos vivir, no como los cerdos conformistas de nuestros padres.
Medea era la chica más linda de mi clase. Su cabello era corto, negro, lacio y delgado, siempre vestía de negro con faldas midi. Su piel era tan blanca, tenía labios delgados, muy rosados y ojos grandes color avellana que escondía detrás de sus enormes anteojos de pasta. Su sonrisa se desinhibia cuando fumaba marihuana, mostrándonos su colmillo superior ligeramente torcido con una tonalidad más oscura que la de sus demás dientes y que usualmente ocultaba porque le daba vergüenza. A diferencia de los demás, parecía que procuraba mantener la pulcritud de sus uñas, las tenía siempre cortas en forma redonda, su aspecto pulcro es lo que más me gustaba. La familia de Medea era cristiana, pero ella leía sobre budismo y cultura oriental. Le gustaba leer insaciablemente, su autora favorita era Sylvia Plath, tenía la colección de todos sus libros en una especie de altar para conmemorarla. Cuando se supo que Sylvia Plath terminó con su vida, Medea lloró durante tres días inconsolablemente y no asistió a clases, le guardó luto a su muerte; yo temía que mi adorada Medea se suicidara. Afortunadamente no lo hizo.
Después de clases nos reuníamos con nuestros amigos, nos hacíamos llamar “la petit société” y siempre íbamos a un café a unas calles de la escuela, ahí siempre fumábamos y hablábamos de Schopenhauer o Nietzche principalmente, qué, ¿acaso Dios está muerto? o liberación sexual promovida por Alan, quien había jurado tener experiencias sexuales al estilo marqués de Sade en ‘Filosofía en el tocador’, mientras escuchábamos a Bob Dylan, The Doors, Janis Joplin y The Beatles. Medea siempre tuvo una postura feminista y odiaba ser comparada con su madre. Ella separaba a las personas dicotómicamente, hacía hipótesis basadas en sus preferencias, como por ejemplo, “únicamente existen dos tipos de personas: los que prefieren a The Beatles o los que prefieren a los Rolling Stones”. Pero yo sabía que todo iba más allá del equilibrio entre lo Dionisiaco y lo Apolíneo y que ella solo decía cosas banales de ese tipo para desviar la tensión cuando la diferencia de opiniones se ponía tensa, tenía ese encanto para hacer reír a los otros y lograr el perdón entre todos.
Una vez comimos LSD. Nos escapamos en mi auto y logré aparcarme cerca de un bosque, era de noche y nos recostamos sobre el cofre de mi volkswagen color amarillo, apenas y cabíamos, pero estabamos ahí, Medea y yo contemplando las estrellas con ‘Take this waltz’ de Leonard Cohen como música de fondo, de pronto ella me besó, sabía que me tenía a sus pies, la tomé por la cintura con una mano y con la otra le subí la falda, bajé sus pantaletas a media pierna y comencé a besarle el coño eternamente hasta que pude penetrarla. Y a partir de ese entonces comenzamos a reunirnos para tener sexo en lo que a mi parecer fue durante una eternidad, pero en realidad solo tuvimos siete encuentros sexuales. Si cierro los ojos puedo recordar a detalle de principio a fin cada una de las veces que hicimos el amor. Su cuerpo era ácido, su delicada entrepierna sabía a Pepsi, sus dedos olían a tabaco y no se quitaba las gafas para tener sexo. Podía perderme horas apreciando la forma de su cuerpo terso y sus curvas pronunciadas. Le gustaba tener el control sobre mí, nunca lo hicimos de otra forma. Yo no era el único con el que ella follaba, sabía que no podía ser solo mía porque era tan libre que la amaba por eso.
Medea también follaba con chicas, me contaba cómo era que Regina lograba excitarla y la forma en cómo se comía con pasión su hermosa vagina, me hería cada vez que mencionaba a Regina o a Corina y me preguntaba si con otras personas también hablaba de mí y de cómo la hacía gemir. No podía evitar sentir celos de la tal Regina que comencé a desarrollar un odio hacia las lesbianas, cuando veía a una pareja de chicas tomarse de la mano o besarse en el cineclub sentía asco y repudio, no podía evitar pensar en Regina cogiéndose a Medea, en mi imaginación Medea gemía más intensamente con ellas.
Un día pasé a buscarla a su casa, pero su hermano me dijo que estaba en una granja apoyando a una comunidad. Al principio pensé que tal vez estaba practicando algún ejercicio de autodescubrimiento espiritual o algo, pero ¿en una granja?, después supe que los padres de Medea habían encontrado en su habitación un texto que ella escribió sobre el hedonismo. En su escrito mencionaba las veces que tuvo orgias con Alan, siendo ella el papel principal de esa obra degenerada, también hablaba de que estaba enamorada de Regina y de cómo planeaba escapar con ella a San Francisco para tener una relación formal.
La encerraron en un manicomio y estuvo cerca de 7 meses, después comprendí que no se trataba de una granja. No la volví a ver nunca, pero eso no impidió que no pensara en ella todos los días. Yo terminé mis estudios universitarios y me dediqué a viajar por carretera. Años más tarde, frecuentaba la cafetería a la que íbamos después de clases, un día, casualmente me encontré a Alan, lucía por lo menos diez años mayor que yo y estaba muy delgado, pareciera que la muerte estaba cerca y que había succionado todo el músculo de su rostro y cuerpo. Alan estaba en los huesos.
Tuvimos una charla en la que no encontraba la oportunidad para preguntarle si sabía algo de Medea, no le paraba la boca, no dejaba de contarme sobre todo el sexo que había experimentado en su vida, ¡já! Nunca había sentido tanto desagrado por alguien que orgullosamente hablase de sus experiencias sexuales. Minutos más tarde hubo un silencio de treinta segundos y cuando estaba recobrando el aliento para iniciar otra oración lo interrumpí para mencionar el texto de Medea que encontraron sus padres en el que él es partícipe. El estúpido parecía gozar cuando dije la palabra M.e.d.e.a. se le iluminó la cara y me contó que Medea se había casado y que ahora tenía dos hijos. La mayoría de los que nos reuníamos en ese café ahora tenían una vida parecida a la de sus padres.
Me sentí enojado y dejé a Alan sin despedirme, caminé hacía mi casa y me prometí no regresar a esa cafetería a la que realmente iba con la esperanza de volver a verla. Sigo perdido en el recuerdo de un espíritu revolucionario, pensar en ella es lo único que me mantiene vivo mientras escucho Like a Rolling Stone.
Fotografía por Alison Scarpulla

amor fati.