¿Cuándo fue que te volviste tan fría? No lograba recordarlo, por más que lo intentaba, no sabía en qué momento había sucedido, ni qué lo había provocado, quizá fui yo mismo el responsable.

Lo único que recuerdo fue que un día, mientras hablábamos por teléfono, mi mano comenzó a sentir frío y de mi boca escapaba el vaho, como un invierno en Zacatecas.

Por la razón que haya sido, decidí aceptarlo sin preguntar más nada mientras observaba cómo una fina capa de hielo iba cubriendo la pintura de las paredes, observaba cómo el suelo se puso azul y observaba cómo iba perdiendo sentido la expresión “calor de hogar” conforme el nuestro se iba convirtiendo en un iglú.

Los días se hicieron meses, luego años, ¿y qué hice yo?. Simplemente me despedí de los días cálidos, busqué mi mejor ropa de invierno, diligentemente salía todos los días a barrer la nieve de la entrada, para que pudieras entrar y salir a la hora que te apeteciera y decidí construirte un nuevo hogar, una nueva máquina para habitar, con el hielo que se fue juntando, como lo hubiera hecho Le Corbusier.