Pasados unos días luego de terminada la masacre, algunos de los aliados de los impostores deciden cambiarse el uniforme y arribar a lugar de los hechos para intentar vender sus soluciones de paz y reparación. Al bajar del helicóptero, cercan la zona en la que se han abierto las fosas comunes, encienden las cámaras y abordan a una señora con la intención de entrevistarla.

—Buena dama, ¿cuál es su nombre?

—No sé.

—¿Su edad?

—No sé.

—¿Los vio llegar?

—No sé.

—¿Sintió mucho temor ante la llegada de los guerrilleros?

—No sé.

—¿O cree usted que fue una acción de las autodefensas?

—No sé.

—¿Cómo se encuentra usted en estos momentos?

—No sé.

Confundidos, lo entrevistadores dirigen la mirada a la fosa común y a unas fotografías dispuestas sobre el suelo en las cercanías de la misma.

La mujer se percata de la pregunta que está por llegar. Rompe en llanto.

—¿Ellos eran sus hijos? —preguntan.

—Sí