El poder de una máscara

Estaba en la cima. Diez mil personas coreaban su nombre, ¡Pirata, Pirata! Gritaba el monstruo de las mil cabezas. Pedro levantaba los brazos, parado en uno de los esquineros, bañado en la sangre de su oponente. Si los gladiadores romanos siguieran existiendo, perderían público ante los luchadores mexicanos. Recorrió el pasillo que llevaba de regreso a los vestidores saludando al público que seguía vitoreando uno de sus nombres.

Pedro se dejó esa noche la máscara, quería disfrutar un poco más el triunfo de El Pirata, no se la quitó ni para bañarse, ya en el vestidor. Llegando a su casa se recostó sin despertar a su mujer, pensó en dejar la máscara en el buró pero sintió mayor cansancio y decidió conservarla puesta.

A la mañana siguiente no se sintió cansado, los golpes no le dolían, se sentía más fuerte, recordó que se había dejado la máscara y sabía que si se despojaba de ella el hechizo terminaría, como tantas veces le había pasado. La mayoría de los compañeros enmascarados insistían en que el personaje tenía una personalidad propia e incluso se sentían más fuertes cuando la usaban.

Bajó a desayunar para después llevar a sus hijos a la escuela, con la máscara puesta. La admiración del público le había dado una sensación indescriptible, algo completamente desconocido para él.

Desde que había comenzado a luchar nunca había pasado un día completo usando la máscara. Ahora estaba en el punto más alto, podía llegar a ser una super estrella, no pensaba renunciar tan fácil a su nueva popularidad.

Sin la máscara era simplemente Pedro, el carnicero que atendía en la carnicería del mercado, que solo las vecinas conocían pero todo el mundo quería estar con El Pirata, tener su autógrafo o una foto con él, así que decidió dejarse la máscara unos días más, hasta su siguiente lucha.

Su esposa era más cariñosa, sus hijos disfrutaban la emoción que producía en sus amigos saber que su padre era El Pirata y tener la oportunidad de conocerlo. Pedro ahora parecía el personaje, la personalidad alterna que había decidido dejar colgada en el closet como una chamarra vieja y gastada.

Ahora ya no se quitaba la máscara ni para dormir, a su mujer le ponía nerviosa la cantidad de atención femenina que generaba el enmascarado.

El Pirata parecía disfrutar de su nueva vida hasta que su mujer se comenzó a comportar raro, se negaba a besarlo, no quería estar cerca de él y había decidido dormir con su hijo más pequeño. 

—¡No puedo más, yo quiero a mi esposo no al Pirata!

—Pero soy yo, Juana, nomás mi cara fue la que cambió.

—¡No! —exclamó Juana, ahogando un sollozo —Tú ya no eres mi marido. Me voy con mi mamá, no puedo estar un momento más en esta casa.

 —No estás entendiendo, mujer, El Pirata nos da de comer, nos ha dado todo, fama, fortuna —el diálogo quedó cortado por el portazo que dió su mujer.

El pirata se quedó solo, sumido en el silencio, clavado en el sillón, sin saber cómo reaccionar.

El Pirata se paró frente al espejo, dispuesto a quitarse la máscara. La fue desabrochando lentamente, con un temor desconocido para él. Fue despegándola de su rostro poco a poco, la tela se le hacía pesada, las manos le sudaban y un temblor impresionante se apoderó de sus piernas. La vista se le nublaba, al llegar a los pómulos sintió un dolor indescriptible hasta perder el conocimiento poco tiempo después.

 Varias veces Pedró intentó quitarse la máscara, con el mismo resultado, acababa tendido en el piso, empapado en sudor, con dificultades para respirar.

Durante varios días permaneció borracho, tratando de encontrar el valor suficiente para poder arrancarse la máscara. Lo intentó, se enfrentó con todas sus fuerzas, dando tumbos por toda la casa, como si se estuviera enfrentado a un rival de carne y hueso, a sí mismo poseído por una fuerza oscura, hasta demoníaca. 

Acabó con varios muebles y el espejo quedó hecho añicos pero, cuando recobró la conciencia la máscara seguía cubriendo su rostro.

En un arranque de ira, aún con vapores etílicos en la cabeza, tomó un cuchillo que había quedado tirado, dispuesto a arrancarse la máscara, la piel o lo que fuera necesario. Volvió a pararse frente a lo que quedaba del espejo y comenzó a cortar.

Ejercicio realizado para la clase de cuento 1.

Fotografía por Tania Uranga