Después de un magnífico libro (La herida del cable, 2015) y una serie de brillantes publicaciones, el poeta Bruno Darío ha dado a las prensas un pequeño volumen notable por su sencillez y su belleza. En El opuesto de la flor (Taller Ditoria, 2016) se manifiesta una voz sin ambigüedades, cuyo único estímulo parece encontrarse en la voluntad del trazo. La línea es el horizonte que distribuye los versos a lo largo de las hojas apaisadas de este libro, de apenas cincuenta y ocho páginas. Líneas que se van sucediendo, como trazos sobre la superficie de un papel algodonoso. Líneas que van formando las terrazas de un jardín, o líneas que se van apilando una encima de la otra para formar las losas de un edificio, abundante por su transparencia y su brevedad:
Bajo la cama
duerme otra cama
La casa se mantiene de puntitas
pues los obreros
escultores del ruido
tejieron el cemento con los ojos
Se sacuden las campanas solas
en el ocaso de mí mismo
La primera línea (en casi todos estos poemas) supone una disyuntiva; los dos versos finales, una fuga. El pensamiento poético procede necesariamente por fragmentaciones y fracturas, si bien aquí hay resabios de una sensibilidad dispersa, que aún no acaba de acoplarse a sí misma. Hay, sin embargo, un verso notable, un verso que vale el poema: “…los obreros/ escultores del ruido” López Velarde hubiera señalado el acierto, como aquel de las “pecosas peras” que rescató del joven Villaurrutia.
Hay demasiada juventud todavía, hay lecturas de tiempos pasados y otras culturas, pero hay hallazgos de una transparencia y una sinceridad que no dejan de llamar la atención de quien escucha: “con mis flores de flores teñidas// agito las banderas del auxilio/ clavo un clavo con la mirada”. El engañoso azar de las repeticiones, que pone de relieve la voluntad de lo significado.
O este otro ejemplo, no menos transparente, pero acaso más conceptual, más sobrio, más inteligente:
La ruptura
del acuerdo entre el verbo y el sujeto:
je plui dans le coeur de ma chêre
Espanta la huella
que deja un abanico sobre el aire
Uno tiene que escarbar y asentar lo precedente para apuntalar el hallazgo (la huella del abanico en el aire). Hay una demora innecesaria. El joven Bruno Darío tendría que esforzarse aún más con la goma de borrar para eliminar la rebaba de los esbeltos campos de sus poemas. En un poema de corte baudeleriano, Bruno Darío se autorretrata en una habitación nocturna, como un “enmascarado/ que trafica recuerdos// llevándolos en trenes vestidos de novia/ hasta la orilla de lo presente”.
Dentro de este contexto, ¿cuál sería el opuesto de la flor? ¿Por qué “el” en lugar de “lo”? (El artículo –masculino– en lugar del artículo –neutro– parece ya de por sí significativo.) La respuesta, a mi juicio, podría encontrarse en la violencia temperada de un joven poeta, que se anula a sí mismo en el espejo de una sensibilidad que se ha vuelto para siempre idéntica a sí misma.
Fuente: La Jornada
Fotografía: Dima Semenovykh
Gabriel Bernal Granados nació en la ciudad de México en 1973. Es autor de Detritos (México, 2015) y Murallas (México, 2015), entre otros títulos. Fue editor en México de la revista Mandorla: Nueva Escritura de las Américas. Es director fundador del fallido sello Libros Magenta.