Llovía en abril. Y es que abril no me quiere, ya te lo había contado aunque no me oyeras.
Una vez me quebró una costilla, otra, el corazón. Una noche de abril se me fue un amigo por la puerta más cruel y anoche tú. Crujió un “algo” aquí en el esternón. Los románticos le llamarán alma. Ahora soy un desalmado para los románticos y para ti.
Los años no deberían tener abriles. Ni los hombres, alma. Ni el alma ser de porcelana.
Siento que te quise desde siempre, como dos que no saben que se conocen y coinciden, como dos que andan perdidos por el universo hasta que un día toman el mismo tren. Recuerdo que estaba dispuesto a darme todo sin condiciones, a compartir insomnios y vencer demonios. A memorizar todos los recovecos de tus laberintos personales y que me invitaras a recorrerlos con los ojos cerrados. De esperarte sentado todo el tiempo posible si la recompensa era un abrazo. De bañarte mientras te canto canciones que me voy inventando. Recuerdo que me sentía invencible, que contigo estaba completo. Pero llegó abril, tal vez si hubiera sido agosto fuera distinto o quizá enero, pero no, fue abril.
¿Y ahora qué hago?, no sé. En abril no se sabe. ¿Qué hago con todo lo que tengo?, ¿Dónde escondo la herida?, ¿A quién le escribo poemas?, ¿A quién le contagio mis manías?, ¿Con quién me voy a poner todo lo cursi que no me sale?, ¿A quién le tomaré la mano y le diré todo va estar bien para convencerme a mí mismo que todo va estar bien?
Anoche te fuiste sin haber llegado. Sin conocernos. Me quedé con muchas ganas de presentarme, de contarte tanto, de inventarle respuestas a tus preguntas, de reír a la menor provocación, de correr sin motivo, de enseñarte cómo complicarse la vida, de invitarte un helado para sobornarte una sonrisa, de enamorarme cada día al mirarme en ti, de pagar habitación en tus desdichas y decirte que todo tiene arreglo, pero no, mentirte nunca. Ahora lo sé. No todo tiene arreglo. El alma no se arregla una vez rota. Ya habíamos hablado de esto, de lo desalmado que quedé. Y no mi amor, tú no tienes culpa de nada, sólo me quedé con muchas ganas de presentarme, de decirte, Hola, ¿qué tal? Me llamo Ernesto pero me puedes decir papá.
Llovía en abril. Llovíamos juntos.
escribo porque no tengo para el psicólogo.