El hijo del cangrejo

Cada silencio que nos da la angustia nos hace asumir y recordar que es lo que nos estructura como humanos.

Nos provocamos la angustia existencial, la buscamos en personas, recuerdos y acciones. Buscamos soportar a la gente, buscamos angustiarnos para entendernos en nuestros extremos, buscamos amar a personas incorrectas.

Nos provocamos la angustia para entendernos, y reconocerla es la reconciliación con nuestros aspectos más repugnantes.

Y es que nos entretenemos angustiándonos, buscando entretenernos antes de dormir o morir.

Se va viendo el borde de la vida a partir de cada experiencia, encontramos la angustia cotidiana con pequeñas decisiones del día. En medio de eso, hay que aguantar a veces verse llorar, verse perder.

No he conocido a alguien independizado de esa idea. En nuestro cuerpo sentimos arrepentimiento, miedo, vergüenza, y cada decisión para cambiar eso, son nuestras opciones para escoger nuestras dosis de libertad.

Lo que nos permite seguir siendo humanos es la cotidianidad con la angustia, esa sensación de cuantos pasos dar para vivir la mañana, coexistir palabra a palabra. La frustración eterna del pensamiento lastimoso del no-vivir eternamente, no-vivir plenamente es lo que nos recuerda la temporalidad de existir.

Fotografía por Nastya Pestrikova